La callada por respuesta
Lo confieso. No sé a ustedes, pero a mí pocas cosas me producen tanta desazón como los mensajes sin retorno y los correos no devueltos. Y ahora, con lo de las felicitaciones, todavía más. Al límite de la frustración.
Con el correo tradicional siempre me quedaba una esperanza, y había una salida honrosa para el destinatario: ¿lo habrá recibido? ¿se habrá perdido? Ahora ya no. Con la inmediatez del e-mail, las coartadas creíbles se han reducido en la misma medida en la que han aumentado las posibilidades de que nuestro interlocutor sea verdaderamente un desconsiderado crónico.
O, si quieren ser más benevolentes, un ser ignorante de que la comunicación es un camino de ida y vuelta, y que las relaciones sociales -en la Red, y fuera de ella- se siguen rigiendo por el principio del respeto, la reciprocidad y el equilibrio, el mismo que hace razonable que, cuando uno da, de justicia la vuelta espere, y con la callada por respuesta... desespere.