Fontanars, puerto de mar
Dos hechos llaman la atención cuando nos acercamos al restaurante Julio, a escasos kilómetros de la tierra y la cultura manchegas: uno es el afán de situar a una población de mil habitantes en la órbita gastronómica. El otro, buscar un solvente cocinero, como José Luis Ungidos, y convencerlo para que se trasladase desde el famoso Zortzico bilbaíno. El objetivo: segregar un espacio donde se den cita los productos de la tierra y aquellos que el puerto de Santa Pola pone a ajustada distancia -la suficiente para que cuando Julio o Pilar salen de la lonja y dan aviso a su cocinero, este disponga lo necesario para que al arribar la mercancía las gambas sigan siendo gambas recién pescadas, y lo mismo suceda con los peces de todos los colores-. Y lograr que el norteño se acomode a nuestra forma de entender la cocina, y aun sea capaz de componer hamburguesas -pero de sepia-, blancos y negros -mas en terrina y despojados de sus pieles-, o arròs en penques -que nos recuerda al sabroso de fesols i naps-, es toda una lección de esfuerzo y perseverancia.
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