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La gestación del asesinato de Benazir

El asesinato de Benazir Bhutto, la primera mujer que gobernó un país islámico, es un duro golpe contra las perspectivas democráticas de Pakistán e incluso su viabilidad como Estado. Mientras el caos y la confusión se apoderan del país, no debemos perder de vista la responsabilidad parcial del presidente Pervez Musharraf en este giro de los acontecimientos. Como mínimo, Musharraf no puede ser absuelto del hecho de que su gobierno no proporcionó a Benazir Bhutto suficiente seguridad.

Benazir Bhutto tuvo que pagar con la vida su valor al desafiar a extremistas de todo tipo: Al Qaeda, los talibanes, los partidos políticos religiosos y los militares de la línea dura. Como heredera de Zulfikar Ali Bhutto, el legendario dirigente democrático que murió ahorcado en 1979 por orden del general Muhammad Zia-ul-Haq, Benazir fue un símbolo de la resistencia desde joven, pero se consumió en la cárcel y en el exilio durante los años ochenta. El gran legado de Zulfikar Ali Bhutto fue su intento de dar más poder a los pobres y defender los derechos de la gente corriente, todo ello en medio de políticos feudales y gobiernos militares. En vez de inclinarse ante la junta militar, prefirió ir al cadalso.

Musharraf no es la solución de Pakistán; es uno de sus mayores problemas

Benazir pudo ver a su padre por última vez unas horas antes de que éste fuera ahorcado, y escribió en su autobiografía: "En la celda donde esperaba la muerte, le juré que continuaría su labor". En general, cumplió su promesa.

Su primera etapa como primera ministra (1988-1990) fue breve y desorganizada. El teniente general Hamid Gul, responsable del ISI (los todopoderosos servicios de inteligencia paquistaníes), apadrinó una alianza de partidos políticos de derecha para impedir que ella obtuviera la mayoría parlamentaria. Además, a Benazir Bhutto se le negó acceso a las informaciones sobre el programa nuclear de Pakistán y sobre las actividades del ISI en Afganistán.

Su segundo mandato (1993- 1996) fue más largo y mejor, pero el Gobierno de Benazir Bhutto volvió a caer prematuramente por las acusaciones de mala gestión y corrupción. En realidad, en ese asunto algo tuvieron que ver las maquinaciones de los servicios de inteligencia. Y es que se había extendido por el Ejército paquistaní una fuerte desconfianza respecto a ella, por ser una líder pro-occidental que contaba con el apoyo popular y deseaba la paz con India.

Tras casi 10 años en un exilio voluntario, la vuelta de Benazir Bhutto a Pakistán, el pasado octubre, le permitió empezar de nuevo. Pakistán había cambiado: la dictadura militar y el extremismo religioso en el norte estaban desgarrando el tejido social del país. Un principio de acuerdo con Musharraf y el apoyo de Occidente -sobre todo, de Estados Unidos y Reino Unido- le facilitaron el regreso, que cientos de miles de personas recibieron con los brazos abiertos, aunque los terroristas lo saludaron con una cadena de atentados suicidas.

Los contactos de Benazir Bhutto con el gobierno militar de Musharraf suscitaron críticas, pero ella siempre pensó que sólo era posible volver a la democracia mediante una transición en la que Musharraf renunciara a su cargo militar, se convirtiera en un jefe de Estado civil y convocara unas elecciones libres y justas. Para desolación de algunas fuerzas democráticas, se mantuvo en sus trece incluso después de que Musharraf impusiera, el 3 de noviembre, el estado de emergencia y destituyera a los máximos jueces del país con el fin de garantizarse la reelección. Benazir Bhutto convenció a otros líderes políticos importantes de que, aún así, participaran en las elecciones previstas para el 8 de enero, que consideraba una oportunidad para enfrentarse a las fuerzas extremistas religiosas en el espacio público. Una oportunidad que aprovechó viajando sin miedo por todo el país, a pesar de las graves amenazas contra su vida, y propugnando un Pakistán democrático y pluralista.

Es fácil entender por qué extremistas como Al Qaeda y los talibanes querían atacarla. Ahora el Gobierno de Musharraf asegura que es imposible proteger a alguien contra un atentado suicida. Pero, según se dice, Bhutto murió por disparos de un tirador que luego se suicidó con una bomba. De ahí que el pueblo de Pakistán, y en especial los partidarios de Bhutto, piensen que los servicios de inteligencia, solos o en colaboración con los extremistas, decidieron eliminarla.

Independientemente de que el Gobierno haya tenido algo que ver o no, Pakistán ha perdido a una dirigente que le era muy necesaria. El futuro del país está en la balanza; la ayuda de Occidente va a ser crucial. Pero esa ayuda pasa por aceptar que Musharraf no es el único dirigente capaz de resolver los miles de problemas de Pakistán y de dirigir la guerra contra el terrorismo. Más bien al contrario: con su forma de alimentar la inestabilidad y la incertidumbre, el propio Musharraf es uno de los mayores problemas de Pakistán.

Hassan Abbas, que trabajó en los gobiernos de la primera ministra Benazir Bhutto y el presidente Pervez Musharraf, es hoy profesor en la Escuela Kennedy de Gobierno de la Universidad de Harvard. Autor de Pakistan's Drift into Extremism: Allah, the Army and America's War on Terror. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. ©Project Syndicate, 2007.

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