Tregua de Navidad

Por un día, todos amigos. Las fiestas navideñas y el final de legislatura les suaviza la mala baba con que suelen atizarse. Con el belén ya puesto, el árbol encendido y el cava descorchado, nuestros políticos dejan en el guardarropa las dagas y los guantes de boxeo de los que tanto han abusado durante los últimos casi cuatro años, como bien ha comprobado el presidente de la Cámara, Manuel Marín, que dice adiós y al que jocosamente los periodistas han bautizado como "mártir de la legislatura".

Ahora abrazados en alegre comandita, ya volverán en las semanas previas a los idus de marzo a echarse zancadillas. Pero en estas fechas decembrinas se nos ponen tiernos, graciosos y hasta nostálgicos. "Se te olvida que me quieres a pesar de lo que dices, pues llevamos en el alma cicatrices imposibles de borrar", nos canta en plan bolero el portavoz socialista Diego López Garrido, al que los informadores parlamentarios le han otorgado el premio castigo para la prensa. Y qué decir de la reprobada ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, azote de la oposición, que agradece al PP, IU, CiU y ERC las críticas por su gestión de las obras del AVE: "A mi edad todavía levanto pasiones".

Si Carla Bruni anuncia sin rubor que está muy enamorada de Nicolas Sarkozy, ¿por qué ellos no pueden propagar

a los cuatro vientos

que se quieren platónicamente, se respetan y hasta se echarán de menos? El líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, reconoce delante de Zapatero, con cierto retraso y algo de mala uva, el talento de Felipe González, que, ése sí, "al menos, tenía ideas".

Con socarronería baturra, José Antonio Labordeta se despidió de la política en la fiesta de los periodistas parlamentarios con una jota: "Aquí se quedan los guapos y se marchan los buenos". "Gracias, señor Labordeta", le dijo Zapatero en el penúltimo pleno de la legislatura. Y, por fin, presa de provisional cariño, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, inunda de elogios a ese diablo de alcalde de la capital, Alberto Ruiz-Gallardón,

en la cena navideña del PP. Le debieron silbar los oídos

al edil madrileño.