El papel de Núñez Feijóo
En Galicia se da ahora la paradójica circunstancia de que la fuerza política más votada apenas tiene parcelas de gobierno. Una vez desalojado de la Xunta, el Partido Popular también ha quedado al margen de otras instituciones locales y provinciales. Es un caso sin muchos precedentes democráticos, pero muy difícil de arreglar, ya que sólo caben dos opciones: la recuperación, poco probable, de la mayoría absoluta o un pacto con nacionalistas o socialistas.
Lo primero no parece nada fácil sin un plus como el de Fraga y lo segundo, siendo más asequible, requiere, cuando menos, tiempo, mucha reflexión y un cambio estratégico no sólo en Galicia, sino también en España, donde el PP está francamente aislado. Las elecciones generales de marzo van a ser, en ese sentido, un buen termómetro, ya que si el PP reconquista el poder en Madrid será porque echa mano de los nacionalistas, lo cual engrasaría su lenta aproximación al BNG. Una derrota, por el contrario, puede conducir al PP a una profunda renovación cuyo alcance es prematuro aventurar.
El líder del PP gallego se equivocará si cede ante la corriente españolista que se cargó a Josep Piqué
¿Qué pasa en Galicia con el PP? Los herederos de la vieja Alianza Popular han tenido un papel estelar desde que existe la autonomía, con dos nubarrones: la crisis de gobierno de Fernández Albor, que dio pie al tripartito de González Laxe, con Xosé Luis Barreiro cambiando de bando, y la pérdida de la mayoría absoluta de hace poco más de dos años. Su fórmula ha comprendido un marcado acento conservador, cierta dosis de populismo y guiños al galleguismo, muy bien administrados tanto por el tándem Albor-Barreiro en los primeros años 80 como por el trío Fraga-Cuiña-Palmou durante casi todo el mandato del presidente fundador del partido.
Con Fraga convertido en su particular primo de zumosol, el PP supo adaptarse a una Galicia formada por aldeas, pequeñas villas y ciudades no excesivamente grandes, mediante un equilibrio de políticas clientelares e intervencionistas que, por momentos, dieron la sensación de que éste es un país subvencionado. Fraga fue su factor de cohesión entre los llamados políticos de la boina y los del birrete, que finalmente terminaron imponiéndose a los primeros, inspirados por la inteligencia de José Manuel Romay Beccaría.
El sucesor de Fraga al frente del partido es Alberto Núñez Feijóo, un joven político liberal con probada capacidad de gestión, poco ideologizado y de trato agradable. Bien visto en Madrid, se prepara ahora para poder jugar en distintos escenarios, sin abandonar por ello su papel de emergente barón territorial. Sabe que si gana su amigo Rajoy podría ser ministro y que desde el Gobierno central prepararía mejor que desde la oposición su asalto a la presidencia de la Xunta. Pero también intuye que caben más opciones: seguir como está, colocarse al lado de Ruiz Gallardón en Madrid si pincha Rajoy o darle vueltas a un acercamiento paulatino al nacionalista Anxo Quintana. Su caso también es paradójico, ya que si bien es uno de los mejores activos que han tenido los conservadores gallegos, apenas tiene donde lucirse. Mucho modelo para tan corta pasarela.
¿Carece Núñez Feijóo de puntos débiles? Algunos hay. Por un lado, dirige un partido de gobierno sin poder real, con mucha gente cabreada que en cualquier momento puede estallar. Por otro, no acaba de atreverse a jugar fuerte y a proyectar su propio estilo político, como hace su amigo Gallardón. Al contrario, Feijóo se traga a veces esas cosas tan de otra época que siguen diciendo Acebes y Zaplana, políticos sin complejos, como diría su padrino José María Aznar.
Un caso claro de pérdida de posiciones es el creciente distanciamiento del PP del consenso sobre el idioma gallego y, en general, de unos mínimos galleguistas que incluso Fraga había asumido como suyos. Núñez Feijóo podría equivocarse si cede en exceso ante la corriente españolista que impregna a este PP que se cargó al catalán Josep Piqué o que, en un alarde de auténtico cinismo político, ve peligrar el castellano en Galicia.
El PP es un partido lo suficientemente importante para el equilibrio democrático en Galicia como para que alguien imponga el sentido común. Con sentidiño, como decía el entrañable ex presidente Albor.
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