Obama entra en efervescencia
El candidato demócrata afroamericano se ha apoderado del mensaje del cambio y pisa los talones a Hillary Clinton
"El doctor King tuvo un sueño", recuerda estos días la famosa presentadora de televisión Oprah Winfrey, en alusión al histórico discurso pronunciado por Martin Luther King el 28 de agosto de 1963 en las escalinatas del monumento a Abraham Lincoln, en Washington. Ese sueño, dolorosa y apasionadamente expresado por el mártir de los derechos humanos en plena era de odio y marginación racista, era el de que, algún día, negros y blancos, juntaran sus manos en una América reconciliada y justa. "Ya no tenemos que seguir soñando", añade Oprah, "sólo tenemos que votar para hacer ese sueño realidad".
Los electores parecen caer rendidos ante su sonrisa angelical
Ya empiezan a sonar los nombres de posibles candidatos a la vicepresidencia
Es dudoso cuál será, en cuanto a número de votos, el efecto del apoyo prestado por la célebre estrella del espectáculo al candidato demócrata Barack Obama. En realidad, sólo queda esperar a conocer qué es lo que deciden el 3 de enero los caucuses de Iowa, pistoletazo de salida de las elecciones primarias.
Lo verdaderamente importante de la participación en esta campaña de Winfrey -una afroamericana que cautiva indistintamente a públicos de todas las razas- es su valor para clarificar el significado de la candidatura de Obama -el Oprah de la política-, cuyo ascenso ha sido tan vertiginoso e inesperado que todavía está lleno de interrogantes.
En pocas semanas, Obama se ha puesto codo con codo con la favorita demócrata, Hillary Clinton, en los escenarios de los tres primeros caucuses y primarias: Iowa, New Hampshire y Carolina del Sur. Y, sobre todo, se ha apoderado por completo del discurso del cambio. "Hillary Clinton está intentando desesperadamente rescatar alguna de la energía del cambio que le ha robado Obama y que cada día parece pertenecerle más y más", asegura Chuck Todd, jefe de información política de la cadena NBC.
Todd reconoce que le sorprende que ni la escasa experiencia política de Obama ni otras lagunas de su currículo hayan sido todavía puestas en cuestión por los electores, que parecen caer rendidos ante su sonrisa angelical, y se confiesa ignorante de las verdaderas razones por las que este hombre de sólo 46 años ha llegado ya tan alto.
Tanto su agitada biografía personal como la audacia de su mensaje renovador hacen difícil catalogar a Barack Obama. Nacido en Hawai, criado en Indonesia y formado definitivamente en Chicago, Obama es el producto, no sólo de un matrimonio interracial, sino de una sociedad muy mal preparada para aceptar a un mestizo discreto y dubitativo respecto a sus señas de identidad.
Obama es un negro crecido y educado como un blanco en el seno de la familia de su madre blanca. Tardó años, hasta su actividad como trabajador social en los barrios humildes de Chicago, en asumirse como negro y en reconciliarse con el recuerdo de su padre africano, al que no volvió a ver desde los dos años.
Por esta razón, muchos negros que reivindican sus raíces en África y en la esclavitud no acaban de aceptarlo como uno de los suyos. Los más célebres dirigentes afroamericanos le han negado de momento su apoyo. Jesse Jackson se ha pronunciado a favor de John Edwards. Al Sharpton y Charles Rangel se inclinan por Hillary Clinton.
Pero muchas de las dudas de esas vacas sagradas del liderazgo negro, más que con la biografía de Obama, tienen que ver con la originalidad de su discurso, que rompe con el fatalismo histórico de su raza y se resiste a ver la realidad en términos de víctimas y victimarios.
Obama pertenece a una nueva generación de negros que, como Oprah Winfrey, no se avergüenza de su éxito ni culpa a los blancos de sus problemas. Es una generación que no renuncia a su raza pero no quiere seguir imponiendo penitencia a los blancos por los horrores de la esclavitud y de la segregación.
"No es un negro victimista ni un negro conservador", afirma el escritor y periodista Andrew Sullivan. "No es Julian Bond ni Colin Powell. No es una figura posracial como Tiger Woods, pero tampoco es Jesse Jackson".
No es fácil definir lo que Obama realmente es en cuanto a raza. Probablemente no existe una definición para él. O, simplemente, no quiere ser definido. Hace unos pocos días, en Iowa, salió a relucir el asunto de su raza y cómo puede afectar a su carrera, y él, con toda naturalidad, contestó: "Sé que cuenta, la gente me ve y se fija en mi raza. Pero también se fijan en mis orejas, a unos les gustan y a otros no. Hay que contar con eso".
De momento, como muestran las encuestas en Iowa y New Hampshire, dos Estados casi completamente blancos, no parece que su raza cuente mucho. Obama encabeza en el primero y está muy cerca de Hillary en el segundo. Pero es probable que cuente más si Obama sale de estas dos primeras elecciones con serias posibilidades de ser presidente.
"Hasta hace unas semanas los periodistas se preguntaban si Obama era suficientemente negro. Pronto, si continúa su ascenso en las encuestas, se van a preguntar si es demasiado negro", advierte el columnista afroamericano Eugene Robinson.
Robinson, como otros muchos observadores, insiste en tener en cuenta el hecho de que sólo dos negros han sido elegidos a lo largo de la historia gobernadores, y no llega a creerse que una mayoría de votantes blancos le dé ahora a Obama la presidencia de la nación. "Reconozco que eso me parece todavía muy improbable, pero ya no imposible", escribe.
Si Obama puede abrirse paso, entre todas las precauciones racistas, en medio del voto blanco, será por lo que representa como opción de cambio de la forma en que se entiende y se practica la política en este país. Ahí sí conecta con lo que se entiende como el norteamericano medio. "No quiero una mitad roja (el color republicano) enfrentada a una mitad azul (el color demócrata); quiero ser presidente de una América unificada", repite en sus discursos.
Obama está, quizá, en mejores condiciones de jugar ese papel unificador y renovador porque es el único candidato nacido después de la llamada generación del baby boom, el único que no tiene que lidiar con los prejuicios y doctrinas de los años sesenta, el único que no está marcado por las divisiones y el choque cultural de esa época. "Yo era demasiado joven durante el periodo formativo de los sesenta, los derechos civiles, la revolución sexual, la guerra de Vietnam...", ha comentado el senador por Illinois.
"Lo mejor de la candidatura de Obama", afirma Andrew Sullivan, "es que se trata de acabar una guerra, no la guerra de Irak, que se prolongará hasta la próxima década, sino la guerra que ha subsistido dentro de EE UU desde Vietnam y que últimamente ha ofrecido signos de intensificarse. Es una guerra sobre la guerra, y sobre la cultura, y sobre la religión, y sobre la raza. Y en esa guerra sólo Obama ofrece la posibilidad de una tregua".
El éxito de Obama y, por tanto, la preocupación de Hillary Clinton, es el de haber conseguido convertir la virtud casi accidental de ser el representante de una nueva generación -nació 14 años después que la ex primera dama- en una fuente inagotable de ilusión para muchas personas. Ilusión que el comentarista conservador Rich Lowry llama "mesianismo". "Obama juega la carta mesiánica porque es la que hace su candidatura diferente a las demás", opina el director de National Review.
Mesianismo o no, es cierto que la candidatura de Obama intenta apelar a valores diferentes a los que esgrimen candidaturas más tradicionales. En un acto electoral esta semana en Carolina del Sur, la mujer de Obama, Michelle, manifestó: "Necesitamos un líder que toque nuestras almas".
Aparentemente, Obama lo hace. Y su candidatura se ha fortalecido tanto que ya empiezan a sonar los nombres de posibles candidatos a la vicepresidencia. Que si un republicano -tal vez el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg-, que si Al Gore. En un reciente mitin en Iowa le preguntaron por qué no lleva a Oprah como compañera de candidatura. "Eso sería degradarla", contestó. Oprah figura en la lista Fortune como el afroamericano con más dinero.
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