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Columna
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Las churras y las merinas

El atentado de Capbreton, con el trágico saldo de dos asesinatos, y las masivas detenciones en el proceso 18/98 de la Audiencia Nacional llevan el agotador conflicto vasco a un nuevo periodo de oscuridad. A la vista de los acontecimientos, cada vez se hace más complicado establecer un criterio firme, un correcto deslinde político y moral. Sólo hay un aspecto, la condena de ETA y de la subcultura del odio que la rodea, en que no hay lugar para matices. Pero a partir de ahí todo es opinable, y más confuso de lo que a muchos les gusta imaginar.

El pronunciamiento público es necesario, pero no siempre está claro cuál debe ser su contenido. Los agentes políticos exigen opiniones radicales. Ellos obligan a tomar partido, como si en este siniestro juego asistiéramos a un combate entre dos equipos nítidamente diferenciados. O se está con unos o con otros: esa es la exigencia de los retóricos detentadores del término Euskal Herria, pero también de los extremistas que pululan por emisoras antisistema, asociaciones victimistas y foros de impresentables. Pues hay que resistirse. Y ya pueden los fanáticos llamar cobardes a quienes mantengan una razonable reserva, pero no se debe confundir la cobardía con la estupidez de dejarse arrastrar por sus delirios.

El Partido Popular está infiltrado por elementos extremistas

Un ejemplo puede ser lo acontecido ante el Ayuntamiento de Madrid, en una concentración convocada supuestamente para condenar el atentado de ETA. ¿De dónde salían esos energúmenos que fueron incapaces de guardar silencio en memoria de una persona asesinada? ¿Quién les mandaba llamar maricones o asesinos a unos políticos que también se manifestaban en contra de ETA? ¿Qué idea de democracia tienen esos tarados? Porque, al final, ¿condenar a ETA acarrea la obligación de manifestarse junto al sector más intolerante del nacionalismo español? El Partido Popular está infiltrado por elementos extremistas que han secuestrado términos como democracia, o liberalismo, o constitución. Y lo grave, lo escandaloso, es que los dirigentes populares no hacen un solo gesto para marcar distancias.

Pero si eso ocurre en las concentraciones de repulsa al terrorismo, también al criticar decisiones judiciales absurdas y extravagantes uno acaba frecuentando compañías indeseadas. Entre los imputados en el sumario 18/98 se confunden churras con merinas: desde defensores de la desobediencia civil hasta líderes de la espectral Koordinadora Abertzale Sozialista, uno de los organismos más siniestros que ha alumbrado el nacionalsocialismo vasco a lo largo de su historia. Muchos nos quieren arrastrar a una mesa de juego donde las cartas están marcadas. Nos quieren imponer amigos y enemigos. "O estás conmigo o contra mí", es la frase que pronuncian, de forma implícita, algunos vociferantes. Pues hay que separar el trigo de la paja. Poner en cuestión ciertas imputaciones del sumario 18/98 es compatible con asistir (y el ademán impasible) a la imposición de otras penas en el sumario, del mismo modo que pronunciarse en contra de ETA no obliga a convivir con la extrema derecha ni compartir su variada gama de obsesiones ideológicas. Por más que los fascistas se disfracen de liberales, por más que se llamen demócratas. De nuevo, las churras y las merinas.

Uno tiene la sensación de que el conflicto vasco está lleno de formaciones e individuos interesados en difuminar todos los matices, tipos que exigen constantemente opiniones sumarísimas, descalificaciones colectivas o ciegos actos de adhesión. "O estás conmigo o contra mí". Pues lo mejor sería, simplemente, estar muy lejos de ti.

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