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Crónica:DON DE GENTES | OPINIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

Yo y mi domadora

Elvira Lindo

Muertos de aburrimiento, los científicos de los campus universitarios americanos no paran de investigar. En Colorado, un equipo de neurólogos ha concluido que, a pesar de que la realidad nos demuestre machaconamente lo contrario, no todos los críticos de cine han de tener caspa; no todas las escritoras infantiles han de ser gordas, cultivar hortalizas y odiar a los niños; no todos los presentadores de programas-rosa han de ser de ese tipo que los homosexuales catalogan como mariquita-mala; no todas las escritoras operadas tienen por qué cultivar el realismo mágico; no es necesario que los historiadores padezcan halitosis; no es incompatible ser un gran escritor, como nuestro Vargas Llosa, e intentar rebajar volumen en Incosol, y tampoco parece ser obligatorio que los novelistas tenga que lucir una chepa. Éstos son sólo unos cuantos ejemplos de un estudio que pretende demostrar que no hay nada genético en el hecho de que el mundo de la cultura suela tener una imagen tan repetitiva o tan rancia. Es sólo una cuestión de costumbre y prejuicio. El sarro entre los dientes ya no es la prueba visible de la bohemia, sino de la falta de visitas al dentista. Para concluir, se puede presentar un programa del corazón sin tener pluma y guiñar el ojo malvadamente, se puede escribir bien y tener un cuerpo atlético (los escritores americanos, eso lo aceptaron mucho antes) e incluso se puede ganar un Premio Cervantes con una dentadura postiza. No hay demérito alguno en acostarse sabiendo que uno es premio Cervantes, y con esa alegría en el cuerpo, que no es poca, sacarse la dentadura de la boca y dejarla en un vaso de agua en la mesilla. Todo esto es, qué caramba, un alivio, porque, admitiendo que una es tan vulnerable y que le teme a la decrepitud como cualquiera, no hay crítico literario que me diga a mí, la mujer que esto escribe, que soy menos escritora porque ahora mismo estoy en una sala de gimnasio, subida a esa máquina que llaman Elíptica, envuelta en sudor, junto a un viejo rockero que nunca muere que hace bicicleta leyendo el periódico y a una señora en torno a los cincuenta que corre contra su propia edad. Todos estos personajes del gimnasio hacemos esfuerzos diarios por algo que puede parecer absurdo: llegar a ser unos ancianos saludables. Otro estudio americano nos avala: nuestro cerebro dice que el sudoku o esas maquinitas de ejercicios memorísticos que nos venden como la panacea para mantener el cerebro ágil sólo sirven para mejorar en esas habilidades. Como dijo Unamuno: jugar al ajedrez desarrolla la inteligencia, sí, para jugar al ajedrez. Sin embargo, el ejercicio físico parece tener la cualidad de despertar neuronas dormidas y mantenernos más despejados. Ya no vale el tópico de que el bruto es el deportista, y el sendentario, el inteligente. Yo, por mi parte, intento desarrollar mi inteligencia obedeciendo con humildad a mi estricta entrenadora, que me hace subirme a una base inestable y mantener el equilibrio mientras elevo pelotas o pesas. Confieso que tengo una sensación nueva, muy feliz, porque siento que ella es mi domadora, y yo, una especie de perrita de circo. En mi cabeza suena una música de Nino Rota y a veces me quedo con la boca abierta, como si esperara que me fuera a premiar con una galleta. Pero nunca hay galleta. La parte más aburrida es en la que estoy ahora mismo, la de las máquinas del sudor. Por eso, para estimularnos un poco, los bondadosos propietarios nos ponen cinco pantallas de televisión, para que nos entretengamos mientras perdemos el resuello. Ésa es la razón, y esto no es una disculpa, sino una constatación, por la que veo tanto la tele en los últimos tiempos. Mantenerme en forma, con la consistencia de un mollete de Antequera, tiene su coste: he llegado a llorar con un capítulo de Heidi y el jodío abuelo. He comprobado que hay veces que en tres canales distintos están emitiendo a la vez anuncios de dentaduras postizas, lo cual me hace pensar que ¡hay algo, hay algo! He visto a una baronessa que dice que se lleva unos cuadros de su colección que hay en el Museo Thyssen, no se sabe dónde, pero a otro sitio. He oído que un productor de cine dice que Woody Allen no volverá a rodar ni en Cataluña, ni en España. Con esas afirmaciones he sentido desconsuelo porque, tonta de mí, pensé que tanto los cuadros del Thyssen como Allen eran algo así como propiedad del mundo. He visto a la mujer de un juez decir que antes que mujer es periodista, y que, sin embargo, su marido, antes que juez, es su marido, para defender un libro del que lo que menos nos tendría que gustar es la foto de portada, que parece indicar que la justicia está en manos de un solo hombre. He oído comentar que la ministra de Educación dice que no es para tanto el hecho de que nuestros muchachos utilicen el móvil en las aulas, y eso me ha hecho pensar, mientras sudo como la perrita del circo, que estoy obsoleta, porque yo estaba pensando en proponer que prohibieran los móviles en los restaurantes. He sabido lo que ya sabíamos, que Bono será presidente del Congreso y que Juan Gelman es premio Cervantes. Y con toda esa información televisiva me voy a ir ahora mismo a ducharme y a buscar a mi amor que viene de México. Sólo le pido a Dios que no coincida en el vuelo con Melendi. -

Todos estos personajes del gimnasio hacemos esfuerzos por algo absurdo: llegar a ancianos saludables
He pensado, tonta de mí, que los cuadros del Museo Thyssen eran algo así como propiedad del mundo
La baronesa Thyssen, delante de la sede del museo el pasado miércoles.
La baronesa Thyssen, delante de la sede del museo el pasado miércoles.BERNARDO PÉREZ

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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