La Cubana se mete al público en el bolsillo en el regreso de 'Cómeme el coco, negro'
Los destellos azul eléctrico del vestido de la vedette, visibles desde el vestíbulo, confirmaban que algo andaba mal. Aún faltaba casi una hora para el inicio de la función, pero por motivos ajenos a la sala, el elegante Coliseum, el espectáculo del Teatro Cubano de Revista había comenzado antes de tiempo. De modo que los más puntuales se apresuraban a ocupar sus butacas, azuzados por el dueño de la compañía, un hombre de cabello empastado y traje rancio. Así, entre prisas y agobios (escrupulosamente ajustados al guión), arrancó el martes por la noche el estreno de Cómeme el coco, negro, el celebrado espectáculo de La Cubana que la compañía ha retomado para festejar sus 25 años de trayectoria.
Era el regreso a casa de un montaje estrenado en junio de 1989 en el Mercat de les Flors y revisado ahora por el mismo director, Jordi Milán, uno de los tres intérpretes que quedan de la versión original. Nuevo reparto, pequeños retoques, pero la misma fuerza del montaje primigenio en este divertido juego de teatro dentro del teatro que cuenta los entresijos de una troupe de artistas venidos a menos. El público tiene ocasión de acompañarles más allá de los números de music hall, de las plumas y los brillos, y es allí donde refulgen los aspectos menos glamourosos del mundo artístico.
Muchos rostros populares acompañaron a la compañía en su gran noche. Entre ellos, actores que formaron parte del primer elenco de la obra, hace 18 años, y que después han seguido otros caminos. Como Mont Plans, Anna Barrachina y Mercè Comes. "Cuando empecé a ver por la ciudad las banderolas anunciando la obra, sentí un cosquilleo en el estómago. Este espectáculo es como un hijo mío", reconocía Comes momentos antes de entrar en el teatro.
La Maña y Merche Mar, dos estrellas del viejo Molino del Paralelo evocado en Cómeme el coco..., tampoco quisieron perderse el espectáculo, que de algún modo les rinde homenaje.
Entre un público compuesto principalmente por amigos, la compañía debió de sentirse especialmente cómoda. Los intérpretes tenían ganado de antemano el favor del respetable, pero no hay duda de que, en cualquier caso, lo habrían conquistado igualmente con este espectáculo intenso, físicamente exigente, muy bien tejido y a ratos desternillante.
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