Apretados en el búnker
Se publica esa caudalosa novela y best seller internacional sobre un nazi que va de Auschwitz a Stalingrado y de ahí al búnker del Fuhrer..., y resulta que el joven autor, aunque extranjero, vive en Barcelona, en el barrio de Gràcia. ¿Qué hacer? ¿Leerla y ver si se ha incorporado al mundo un objeto precioso, una obra de arte? ¿O qué? La vida es breve, los libros, muchos y los nazis ya me han robado mucho tiempo. Hice los deberes, leí como todo el mundo los testimonios de Primo Levi, los trabajos de Hannah Arendt, de Gitta Sereny, de Fest, etcétera. Leí la magnífica investigación de Diego Gambetta sobre Los últimos momentos de Primo Levi (Revista de Occidente, junio 2004), donde expone muy razonablemente la tesis del accidente casual (en vez del suicidio por imposibilidad de seguir cargando con sus recuerdos), tesis tan interesante para repensar el discurso de Semprún en La escritura o la vida. Podría circular a ciegas por aquel búnker maloliente: allí me encontraría con millones de turistas que han leído los mismos libros y visto los mismos filmes. Todos con cara grave, solemne. En ese búnker que Churchill quiso visitar después de la toma de Berlín: al bajar resoplando los primeros escalones y comprobar que había otro tramo, y quizá otro más, renunció a la visita y se quedó en la superficie fumando un puro pensativo y luego se fue.
Estoy ahíto. Hay algo morboso y filisteo en la industria del Holocausto, esa compasión inoperante, la constatación de que uno no es tan malo, uno es mejor persona, uno está del lado de las víctimas, y encima, a salvo. Creo que no leeré ni siquiera My holocaust, la feroz sátira de Tova Reich sobre la picaresca de la industria del Holocausto que ha hecho rasgarse las vestiduras a la beatería de Manhattan. Quizá lo sensato sería imponer una moratoria y que sólo pudieran referirse a los nazis y el Holocausto como imagen, como metáfora, fábula o tema novelesco quienes puedan enseñar el número tatuado en el brazo, pero aquel depósito de experiencias y anécdotas pavorosas es tan grande y rico, que resulta irresistible; los profesores, los intelectuales, los conferenciantes, echan mano alegremente de ellas para que sirvan de alegoría de cualquier cosa que quieran explicar. Igual que citar un verso endulza tu artículo, mencionar algún episodio del exterminio de los judíos ennoblece tu charla, tu ensayo. Incluso Zizek, en la Biblioteca de Nueva York, en su divertida conferencia sobre la validez del psicoanálisis de Freud y sobre la realidad del sueño y el sueño de la realidad, no ha recurrido a Calderón u otro poeta del barroco, sino a aquel poema de Primo Levi tan conocido: en la primera estrofa, se halla en el campo de concentración, despierto, soñando en que ha vuelto a casa, que está a la mesa, comiendo y contándole a sus familiares su experiencia... cuando de repente le despierta el cruel grito del kapo polaco, "Wstawac!" (¡En pie!). En la segunda, ya ha sido liberado, la guerra ha terminado, se halla en casa, sentado a la mesa, comiendo, contándole a su familia su historia, sus recuerdos del campo, cuando de repente la llamada emerge violentamente en su conciencia: "Wastawac! ¡En pie!"... Ennoblezcamos ahora estos párrafos: "Sognavamo nelle notti feroci / Sogni densi e violenti / Sognati con anima e corpo: / Tornare; mangiare; raccontare. / Finché suonava breve sommesso / Il comando dell'alba; / "Wastawac"; / E si spezzava in petto il cuore. / Ora abbiamo ritrovato la casa, / Il nostro ventre è sazio. / Abbiamo finito di raccontare. / È tempo. / Presto udremo ancora / Il comando straniero: Wastawac".
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