Amancio Ortega y su obra pendiente
Amancio Ortega es el hombre más rico de España y una de las primeras fortunas del planeta, aunque no lo parezca. Y no lo parece, si lo valoramos por lo que pudiéramos llamar su obra social, eso que los más modernos denominan la economía del cuarto sector. Es verdad que, salvo en Estados Unidos, en Europa apenas existe una tradición filantrópica, de modo que las fortunas amasadas pasan de una generación a otra y encima solicitan beneficios fiscales. Los grandes museos o las grandes universidades financiadas con recursos privados se cuentan con los dedos de una mano, y no digamos en Galicia, donde casi habría que remontarse a las escuelas que mandaron construir los que hicieron fortuna en Cuba para encontrar la huella de la solidaridad colectiva de los ricos.
Fuera de su cerrado mundo de Inditex, a Ortega se le conoce por tres o cuatro fotos sin corbata, pequeños paseos por la Ciudad Vieja, largos desayunos en el Club Financiero y crecientes vínculos hípicos con princesas y nuevos ricos. Bueno, también por esos ordenadores de los que disfrutan algunos niños de Arteixo, por repararle a Paco Vázquez su palacio en el Vaticano y por la subida de los precios de los inmuebles en el centro de A Coruña, donde cualquiera puja contra sus ofertas. Y, lamentablemente, todo esto no es una caricatura.
Curiosamente, Ortega nada hasta tal punto en la abundancia que a estas alturas empieza a no saber qué puede hacer con tanto dinero. Es más, por primera vez en su vida, comienza a plantearse frenar la expansión de Inditex por la vía de crear nuevas cadenas, manteniendo, eso sí, el crecimiento de sus actuales marcas en infinidad de países. Todo ello coincide con el desembarco en la empresa de la que será su principal heredera, su hija Marta, a la espera de saberse si eso supone que también sea su sucesora al frente de este gigante mundial de la moda concebido por Ortega desde A Coruña.
Hombres y mujeres que, en términos económicos, han estado a años luz de Ortega, como Pedro Barrié de la Maza, los componentes de la familia Fernández o incluso la propia ex mujer de Ortega, Rosalía Mera, han dejado una huella social que el fundador de Zara no ha sabido marcar por donde pisa. Sentar las bases de una fundación desde la que empieza a confundir la responsabilidad social corporativa con lo que es realmente una fundación no puede justificar su afán de aportar algo relevante a la sociedad donde, entre otras muchas cosas, alcanzó la felicidad. Sus deberes en ese sentido están todos en blanco, mientras él no para de darle vueltas a qué puede hacer con tanto dinero como tiene y como tendrá, ya que su máquina de generar riqueza no parece tener límites conocidos.
En parte, Ortega no ha hecho nada a lo grande en A Coruña porque no ha tenido tiempo para hacerlo. También es verdad que su carácter huidizo de cualquier iniciativa social le lastra en ese terreno. Más aún, es tan pudoroso que le daría vergüenza hacer lo que A Coruña y Galicia pueden esperar de él. Pero no hay nada que no pueda tener arreglo. Basta que mire a Estados Unidos, donde personalidades como Bill Gates pueden abrirle los ojos acerca de cómo devolver a la sociedad una parte de tantos dividendos.
A Coruña podría ser una referencia universitaria mundial si Ortega quisiese. O un centro médico internacional, especializado en lo que fuera. Incluso podría convertir el Deportivo en el mejor equipo de fútbol de la Champions. Algo. Algo que a él apenas le costaría y que en cambio marcaría un antes y un después para varias generaciones, al tiempo que dejaría grabado su nombre en la memoria de sus paisanos. Si Amancio Ortega sigue escondido tras la modesta fundación que lleva su nombre y en la que su director trabaja con más ilusión que recursos no tendrá que darle explicaciones a nadie. Ni nadie tiene derecho a pedírselas, porque el dinero es suyo. Acaso su principal problema va a ser explicárselo a sí mismo.
jlgomez@gyj.es
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