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Columna
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Cretino integral

Dicen quienes le conocen que Alejo Vidal-Quadras, eurodiputado del PP, es a menudo fuente de ideas ingeniosas y que ha alumbrado diversas propuestas que sus compañeros de escaño, sin importar la brújula política, han saludado con gestos de admiración. Pero debía de haberse dejado todas esas virtudes olvidadas en casa cuando se le ocurrió participar en una tertulia radiofónica para acompañar el nombre de Blas Infante de epítetos a los que a nadie le gusta ver asociado a su abuelo, y entre los que se cuentan los de cretino integral, payaso y subnormal profundo. Hasta sus compañeros de partido de esta parte de Despeñaperros se han sumado a la protesta formal del Gobierno que lamenta que se eche por tierra de manera tan indigna una de nuestras marcas de fábrica, nada menos que esa que figura en una de las páginas preliminares del nuevo Estatuto con el título de Padre de la Patria. Parece evidente que el hombre público y el que se queda en la salita, jugando al tute sobre la mesa camilla, no tienen por qué coincidir siempre. Pasado el exabrupto cuesta un poco más creer a quienes le describen como persona ecuánime y bien plantada, y uno disculpa que el Ayuntamiento de Casares, el municipio de Málaga en que el cretino integral vio la luz por vez primera, le haya distinguido con esa etiqueta que se reserva a los asesinos en serie y los gafes clínicamente testados, la de persona non grata. Yo sospecho que el pobre Alejo pretendía disparar contra el federalismo o la autonomía que suelen resultar tan indigestos a los miembros de sus siglas, y que sin querer erró el tiro: en vez de astillar la estatua del pedestal, la bala hirió al individuo de carne y hueso al que representaba.

De todos modos, más que los insultos a mí me han llamado la atención las disculpas que les han sucedido. Abrumado quizá por los efectos de una franqueza que no perseguía llegar tan lejos, don Alejo se ha aprestado a declarar que su intención no consistía en ensuciar el honor de un notario elevado a los altares (la carne y el hueso), sino las ideas que alumbró (el himno y el estatuto). Ha llegado incluso a reconocer, para que comprendamos el calado de su ecuanimidad, que Blas Infante podía ser una excelente persona, atento marido y padre ejemplar, pero que sus ideas olían mal y, al fin y al cabo, sí merecen ser distinguidas por su cretinismo, su oligofrenia y sus ropajes de clown. Sin desearlo, el eurodiputado ha acabado por trazar su autorretrato y explicarnos paladinamente a los profanos qué es lo que entiende por ideología. A saber: una gabardina que uno cuelga en el perchero del vestíbulo y que se coloca para salir de casa, para recibir a los periodistas o cuando llega la hora de situarse frente a un estrado, pero que el resto del tiempo debe permanecer ahí, sobre el brazo de hierro, en compañía del batín y de la gorra y del impermeable que el sillón de orejas y la intimidad del brasero vuelven innecesarios. Vidal-Quadras alega que su perorata tuvo lugar en un contexto informal, de compadreo, entre amigos que juegan a naipes e intercambian vasos de aguardiente: es decir, en esa situación en que la sinceridad sale a superficie esquivando los protocolos sucesivos de la compostura y el respeto debido a las opiniones ajenas. En los esquemas de este señor los hombres y las ideas que enarbolan pueden desmontarse, divorciarse unas de otros, vivir por separado como los apéndices de una estrella de mar; para entendernos: que a pesar de sus discursos sobre la pureza de las razas, Hitler podía ser calificado de filántropo en cuanto cerraba la puerta de su habitación. Sin duda, don Alejo pensaba en sí mismo: debió de intuir que su alma vale mucho más para quienes le conocen que las convicciones a que sirve de depósito, y que tampoco desentonarían bajo la carpa de un circo.

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