Creyentes
Creer o no creer, ésa es la opción que se tiene con ciertas polémicas que, camino de las elecciones, invaden las primeras planas. Creer a uno o a otro de esos dos representantes políticos que, quitándose malamente la palabra, oímos discutir no ya sobre si el Gobierno es responsable o no de los socavones del AVE, sino sobre si ha de pagar electoralmente por ello. Encendidos en la trifulca, a los dos representantes se les olvida que en España hay un Gobierno y un Parlamento y hablan sólo de sus partidos, del PSOE y del PP, como si los ciudadanos ya hubiéramos admitido que la vida total del país depende de esos dos entes.
Creer o no creer. Qué nos queda, a los lectores, a los oyentes, si los únicos que debaten son ellos, o en su defecto, tertulianean periodistas muy cercanos a sus tesis. Creer, ya que los espectadores no llegamos a saber por qué se hunden los túneles, por qué se eligen ciertos trazados o a quién beneficia realmente la construcción de tres estaciones. Como creyentes, confiamos ciegamente en lo que diga uno de los nuestros; ciegamente, digo, pues de su retórica no se desprende una información reveladora. El tema de debate es lo que menos importa, se hablara del AVE o de los presupuestos la bronca transitaría por el mismo derrotero.
Qué diferencia si, en vez de creyentes, nos consideraran ciudadanos. Lo pienso mientras escucho en la radio a un geólogo: ¡Rara maravilla ésta de oír a un individuo que sabe de lo que habla! Un tipo con oficio que manifiesta, por ejemplo, su extrañeza por el hecho de que no se tomaran más precauciones en un terreno que se sabía problemático. Pero el milagro dura dos escasos minutos. Seguidamente, el locutor nos informa sobre cómo, según las encuestas, el asunto influye en nuestra intención de voto. Bueno es saberlo.
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