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Crónica:UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

La moral de la langosta

Enric González

Las langostas tienen mal carácter. A ello contribuye, probablemente, su forma de comunicarse: orinan en la cara de su interlocutor. Poseen pequeños pulverizadores junto a los ojos y emiten orina mezclada con distintas sustancias químicas, lo que les permite expresar ideas básicas como "vamos a pelear" o "vamos a copular". Su cosmovisión no va mucho más allá.

Los machos de la especie viven obsesionados por la dominación, y pelean entre sí de forma continua para alcanzar el galón de "macho alfa". El galón, sin embargo, debe ser revalidado cada noche. Antes de acostarse, el dominante saca a las demás langostas de sus escondrijos y les pega una paliza. Se trata, se supone, de recordarles quién manda. Y, parece, de excitar a las hembras. Tras el rito de la paliza, las hembras se aproximan a la guarida del "alfa".

Vistas las imágenes del imbécil de Santa Coloma de Cervelló, es obvio que estamos muy cerca de la langosta

La etología, el estudio del comportamiento animal, es una ciencia a la vez reconfortante e inquietante. Incluso en libros de simple entretenimiento, como Why pandas do handstands, del divulgador británico Augustus Brown, se comprueba lo mucho que compartimos con los animales. Entre las especies potencialmente más altruistas se encuentran, curiosamente, las únicas que pueden copular por puro placer, sin aspiraciones reproductivas: el humano, el delfín, quizá el perro.

El pez cardenal de Japón, en cambio, carece de altruismo. Al menos el macho, a quien corresponde la tarea de proteger a las crías recién nacidas, ocultándolas dentro de la boca. El pez cardenal de Japón no es monógamo, y en cuanto pasa por las cercanías una hembra atractiva, destruye las pruebas de su vínculo familiar: se come las crías y se larga detrás de la nueva hembra. La supervivencia del pez cardenal de Japón constituye un misterio.

Ciertos macacos (Macaca nemestrina), que se conocen a sí mismos, se han dotado de policía. En sus comunidades, varios de los machos se dedican a imponer el orden y a castigar el delito, más allá de sus propios intereses coyunturales. Cuando los macacos-policía son apartados de la colonia surgen camarillas y conflictos. Basta devolver a los policías para que se restablezca la armonía, basada, por supuesto, en los privilegios alimenticios y sexuales de quienes velan por el bien común: todos los inventos sociales, todas las jerarquías, tienen su truco.

Algunos humanos suelen invocar a los animales como guía última del comportamiento, como si en la naturaleza existiera algún tabú. "Eso no es natural", dicen. Incluso para perorar sobre la sexualidad. Al margen de excentricidades (entre los caballitos de mar, es el macho quien queda embarazado), la preponderancia de la heterosexualidad es sólo eso, una mayoría porcentual. El 10% de los carneros son homosexuales, y el 6% practica, por razones desconocidas, la castidad vitalicia. Hay homosexualidad entre los leones, las jirafas, los delfines, los pingüinos, los sapos, los monos...

También hay casos desesperados. Los pulpos abisales viven en un ambiente oscuro, poco frecuentado, y disponen de rarísimas oportunidades para copular. En cuanto se encuentran dos de esos pulpos, fornican sin más consideraciones. Que resulten macho y hembra, o cualquier otra combinación que les apetezca en ese momento, ya es sólo cuestión de suerte.

Los animales y su comportamiento me interesan desde siempre. Nada me fascina más que la rabia de la vida, el furor biológico por la supervivencia, los prodigios surgidos de unas pocas moléculas y una reacción química con la luz. Y me cuesta comprender la idea de un Dios que lo fabrica todo para juzgarlo después, de acuerdo con un criterio que, evidentemente, ha inventado también él. Ese Dios maniático favorece las neurosis (véase Moisés y el monoteísmo, de Sigmund Freud, uno de los ensayos más divertidos de todos los tiempos) y, en último extremo, se nos parece demasiado. Nada de esto es broma: la cuestión de la divinidad es la más importante que plantea la existencia. Desconfío de quien no tiene una opinión firme al respecto, y vive en consecuencia. Yo creo en la dulce totalidad spinozista. Existe el imperativo moral, no la recompensa póstuma.

El imperativo moral, lo que hay que hacer porque lo exige nuestra capacidad de altruismo, no está grabado en las almas. Vistas las imágenes del imbécil de Santa Coloma de Cervelló, de su víctima ecuatoriana y del testigo inmutable, resulta obvio que permanecemos muy cerca de la langosta. Y que podemos dar gracias de haber llegado, en el mejor de los casos, al nivel del macaco "nemestrina". -

Why pandas do handstands. Bantam Press, 2006. 416 páginas.

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