Banquillos felices en San Mamés

Athletic y Betis podían asistir juntos a un congreso de autoayuda. Sus problemas son tan similares que requieren el mismo tratamiento a idéntico diagnóstico. Juegan distinto, su carácter es distinto, la actitud es parecida y su problema es único. El gol es su asignatura pendiente. El Betis juega bonito, hasta de tacón; el Athletic, con el alma más que con la puntera, pero ambos atacan con lo justo, con lo puesto y a veces medio desnudos. Los dos tienen casi siempre más jugadores por detrás del balón que por delante. En esas condiciones, hay que tener mucha clase para encontrar el agujero por el que se ve el gol. Al Betis le cuesta tanto soltar el balón como al Athletic tenerlo. El fútbol entonces se convierte en una soflama: trabajo, táctica, disciplina, entrega, voluntad, bla, bla, bla. Nada de arte, nada de regate, nada de improvisación, nada de ilusión. Fiel reflejo de ambos banquillos.

Lo que ocurrió en San Mamés tuvo mucho de circunstancial. Un libre directo de Xisco, otro de Gabilondo, un gilicorner ensayado (pero no aprendido) y cosas por el estilo que resaltaban el desorden futbolístico que imperaba en el césped. Sería el estado de necesidad, el influjo de San Mamés, o cualquier otro asunto colateral, lo cierto que en ausencia de fútbol el Athletic se creció. Falto del mando natural de Orbaiz, prevalecieron el físico de Javi Martínez, los desmarques de Etxeberria, la voluntad inagotable de Aduriz y la seguridad de Amorebieta.

Así, tirando de físico, (hoy por hoy el único valor rojiblanco) disfrutó el Athletic de una segunda mitad a su merced, con el Betis encerrado y enredado en la defensa, sin éxito alguno. La pelea con el gol parece algo más que un accidente y se asemeja a un problema estructural. Etxeberria se enredó en el área pequeña y Llorente, un futbolista bajo sospecha en la Catedral, dejó en un par de minutos los dos únicos detalles técnicos que se vieron. Ambos acabaron igual: lejos de la red.

Así que el público, carente de emociones las buscó con un árbitro tarjetero, centro de atención en ausencia de fútbol. En pleno desierto, Lizondo fue el oasis para recuperar el aliento. Su mayor error fue no sancionar con juego peligroso un plantillazo de Ricardo a Aduriz dentro del área. Pero era pedirle demasiado cuando los jugadores daban tan poco a cambio, tan poca imaginación, tan poca clase. Mucho sudor, mucho trabajo, mucho desgaste... Y poco fútbol, pocas ocasiones, poca emoción. Es decir, banquillos contentos. Chicos bien, moral alta..., y todo eso.