Satanás
Aplico voluntad y esfuerzo para embelesarme con las trascendentes respuestas del concienciado Llamazares y del sensato Duran a los inaplazables interrogantes del pueblo llano en Tengo una pregunta para usted, pero el involuntario bostezo empieza a amenazarme. Están negados para generar tensión, para enganchar al receptor.
Ya sé que no es su labor, que sólo la frivolidad puede exigirle a un político que te entretenga o te hipnotice cuando se suelta el rollo en la tele, ya sé que dentro del gremio escasean actores e histriones tan virtuosos y deslumbrantes como Bono (Brando no podría superar su sublime "Egpaña eg mi madre"), la autoridad dramática y los dones persuasivos de Suárez y de González o la corrosiva lengua y la agilidad mental del maléfico Guerra, pero resulta lamentable que existan tan pocos superdotados en arte teatral en una profesión que se alimenta del simulacro, de vender imagen y seducir al votante. Si además su siempre honesto y sabio mensaje convence, ya es la leche, pero lo fundamental es la apariencia, el magnetismo, el embrujo escénico.
El indefendible muermo y la fatigosa tibieza sufren un golpe de muerte cuando aparece el diablo, la encarnación en carne y hueso del tipo al que da gusto odiar, el muñeco con el que está legitimado clavarle las agujas del vudú. Se llama Carod Rovira. Es duro, fajador, rápido, agresivo, alarmantemente seguro de representar a la asediada Numancia. El guerrero se declara demócrata hasta el mareo y reivindica ferozmente su nombre, es un profesional de la resistencia. Da morbo, da espectáculo.
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