Murray apura a Nadal
El balear, que se medirá en cuartos a Nalbandián, sufre ante el escocés
Fue un combate a tumba abierta. Rafael Nadal y Andy Murray, dos tenistas llamados a liderar el tenis en la próxima década, se enfrentaron ayer a fuego y sangre en la caldera del Madrid Arena: 7-6 (5) y 6-4 para el mallorquín. Su duelo mezcló una bronca de bar con un baile de etiqueta. Fue áspero y elegante, dejó sabor a gran partido, y consolidó una rivalidad que ocupará los mejores escenarios en los próximos años.
No hubo descanso, pausa, rehenes ni armisticios. Sólo tenis de combate, cocinado con espíritu gourmet y macerado en salsa picante. Al toque de campana, Nadal se mostró enérgico y expeditivo. Murray, implacable. Fue un tenista corrosivo, lleno de malas intenciones y capaz de levantarse de un primer set perdido en el tie-break. Nadal, sin síntomas que remitieran a su reciente parón competitivo, tuvo el corazón de un león y el toque de un sibarita. Mezcló su tenis de hormigón con detalles de artesanía. Y se citó hoy con el argentino David Nalbandián en cuartos.
"Ganarle en esta pista ha sido muy importante. Ya tiro mejor la derecha y controlo más la bola"
La medida del partido la dio el reloj. A los cinco minutos, Nadal ya celebraba un punto. Su brazo en alto anunció lo que se le venía encima: más de dos horas de sufrimiento y agonía; minutos insufribles de respiración contenida, tensión, pelos de punta y taquicardias. En frente, Murray, un tenista con cara de niño, cuerpo de hombre y golpes de veterano. El escocés es como la falsa moneda. Va de boca en boca, señalado como un tenista de gran futuro, pero nadie se lo queda, de tan temible que es su presente. La combinación de su tenis con el del balear consiguió lo impensable: Toni Nadal, tío y entrenador de Rafa, celebró un punto entre gritos y saltos. El momento lo merecía: el partido acababa de viajar de un 4-2 a favor de Murray hasta las manos de Nadal, que ganó los últimos cuatro juegos del encuentro.
"Ha sido un muy bien partido de principio a fin", reconoció el español. "Murray ha empezado sacando muy bien. Al final del primer set es una pena que no convirtiera el 6-5, pero jugué mal", continuó. "En el segundo me he ahogado un poco, pero me he repuesto. Me he sentido mejor que el miércoles, tirando mucho mejor la derecha y controlando ya cuando me venía la pelota fuerte. Ganar a Murray en esta pista es muy importante".
Murray tiene tenis para codearse con los mejores. Recursos para convertir la pista en un campo de minas. Y un saque que es un meteorito. Sólo una lesión de muñeca ha impedido que este año se confirmara como alternativa a los grandes dominadores del circuito. El escocés, además, ha demostrado cabeza fría. Carga con el peso de las esperanzas de todo un país. Retirado Tim Henman, él es el faro del tenis británico. Le siguen decenas de periodistas. Y sólo una pregunta les parece prohibida. Su respuesta, probablemente, explique su dureza, su mirada fría.
El chico de moda del tenis británico estudió en la escuela primaria de Dunblane entre 1992 y 1999. Eso marca. El 13 de marzo de 1996, Thomas Hamilton, un tendero de la ciudad, entró en el gimnasio de la escuela armado con dos pistolas Browning de nueve milímetros y otros dos revólveres de la marca Smith and Wesson. Asesinó a 16 niños y un profesor. Murray tenía ocho años y vestía jerséis de Bart Simpson. Quizás explique cómo se ha convertido en un tenista inflexible.
"Ha sido cuestión de unos pocos puntos. Cada juego fue muy cerrado. Estoy decepcionado por haber perdido. Fue un muy buen partido", resumió. El escocés discute sobre la pista con quien haga falta. Enfrentado a Nadal en Madrid, asumió el reto de descabalgar al favorito del público. Fue una batalla entre dos arquitectos. Los dos buscaron construir el punto a su medida. La combinación de sus apuestas descubrió a Nadal buscando el partido en la red. Murray reaccionó confirmándose como un tenista que no sabe de caminos intermedios: o juega a medio gas, sin buscar la iniciativa, o ataca con cañonazos. Suyo fue el encuentro mientras mantuvo su saque por encima de los 200 kilómetros por hora. Cuando bajó el pistón, perdió el control. Llegó el momento de Nadal, decidido. Y la batalla quedó cerrada.
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