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Columna
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Tonterías

He visto estos días en la televisión un anuncio en el que una chica está tratando de explicar algo, pero no lo consigue, le faltan palabras. Lo primero que podría pensarse es que lo que está intentando decir es algo serio, grave, complejo o sutil. O que le cuesta hablar porque tiene miedo de herir a su interlocutor o de equivocarse. Pero no, lo que intenta explicarnos es elemental, un mensaje con un recorrido de trascendencia escaso, por no decir nulo. Entonces podría pensarse que lo que sucede es que ese espacio publicitario ha sido diseñado para alertarnos sobre las dificultades lingüísticas que sufren nuestros jóvenes, sobre el desagüe o la desertización de su vocabulario y sobre el hecho de que esa pérdida compromete seriamente su futuro personal, intelectual, profesional, porque dificulta, cuando no impide, aprendizajes, actitudes críticas, la libertad y la familiaridad con ciertas formas o exigencias del pensamiento. Y entender que ese anuncio es denuncia, por ejemplo, del escaso protagonismo de fondo que la lengua oral y escrita tiene en nuestro sistema educativo (aunque en la forma exterior, en los titulares políticos, parezca, especialmente en Euskadi, todo lo contrario, una preocupación auténtica y máxima). Pero tampoco. El anuncio en cuestión es meramente publicitario. Trata de vender un pan de molde, y lo que esa chica no encuentra la manera de explicar -y tiene que dictárselo una voz adulta desde fuera- es que en ese pan la corteza es tan blanca y tierna como la miga. "Es tan sorprendente", concluye el anuncio, "que te quedarás en blanco".

Se trata efectivamente de un asunto con mucha miga, porque si un fenómeno como el de ese molde impacta tanto que deja a los jóvenes sin habla, qué impacto y qué mudez tienen que provocarles fenómenos como la desaparición de los polos, la previsión de cientos de millones de exiliados climáticos, personas a las que el calentamiento global está expulsando ya de sus países, o la tenaz persistencia del hambre y de la letal discriminación sanitaria en el mundo, y del sexismo y la violencia de género... Tiene miga desde el luego el hecho de que los jóvenes se pronuncien tan poco, en la anchura mediática, sobre ese otro pan nuestro de cada día que es el terrorismo, sobre las destrucciones que produce en lo visible y en lo invisible. O que los jóvenes aparezcan representados en los medios de comunicación mucho, infinitamente, más como consumidores que como ciudadanos. Envueltos mucho más en ficciones que en argumentos reales, infinitamente más en situaciones de evasión que de debate, de superficialidad que de hondura. Y, sin embargo, los jóvenes están más implicados que nadie en el descalabro climático, la tensión entre los mundos y los géneros, la violencia terrorista, porque esos problemas y esas tragedias están en el horizonte de todos, pero van a estar mucho más tiempo en el suyo, comprometiendo y amenazando su futuro.

Tiene miga ver a los jóvenes en nuestras pantallas tantas veces implicados en tonterías, tantas veces representados con la inteligencia aparcada, el instinto subido, la libertad de acción reducida a una fórmula o un guión de audiencia. Yo si fuera (más) joven me quejaría más. Vamos, que me quejo ahora, como si tuviera su edad, de ese vídeo preparado por las Juventudes Socialistas para promocionar la ciudadanía, y que, en realidad, es más de lo mismo: otra representación como de anuncio de molde, otra vez los jóvenes puestos en una situación de inmadurez y tontería, como si la ciudadanía fuera un juego de preguntas que te hacen desde fuera y no que te haces (por fin) a ti mismo, como si la ciudadanía fueran palabras para repetir de memoria en un examen (convertido en concurso) y no contenidos para asumir y actuar, activar con el ejemplo, a diario. Como si la ciudadanía no fuera asunto de respeto, sino de burla: cuestión de construirse primero un contrincante (que enseguida puede pasar a ser rival y, por qué no, enemigo) para luego ridiculizarle y derrotarle. En fin una sarta de tonterías, en la indefinición ciudadana.

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