La larga marcha
Entre los géneros, la pintura se mantiene como uno de los que posibilitan encontrar otras formas de plasmar la realidad. Resbier aporta una mirada distante y casual.
Cuando se visitan exposiciones internacionales en las que los comisarios pretenden mostrar las novedades del arte actual se puede apreciar la escasa presencia que en ellas tiene la pintura. La mayoría de los artistas actuales se decantan por la utilización de otros medios y cuando se acercan al mundo de la imagen lo hacen desde la fotografía o el vídeo. El resultado es una tediosa sucesión de objetos, construcciones, estructuras, proyecciones, virtualidades e infografías que, a pesar del abuso que sus creadores suelen hacer de lo ingenioso, lo absurdo, lo metafórico y lo soez, aburren por el efecto de déjà vu que desencadenan. Sin embargo, varios siglos de pintura no han acabado con las ganas de seguir viendo pintura, como lo demuestra el continuado éxito de los museos. Esto nos obliga a estar atentos a lo que se pinta en esta época de supuesto ocaso de la pintura.
EDUARD RESBIER
Galería Metta
Villanueva, 36. Madrid
Hasta el 20 de octubre
Al igual que sucedía durante el clasicismo, aún hay maestros. Sin duda alguna Gerhard Richter es uno de los más lúcidos. Se es maestro si se tienen discípulos o, al menos, seguidores y, qué duda cabe, Richter los tiene. Eduard Resbier (Barcelona, 1968), lo acepte o no, sigue algunos de sus más fructíferos pasos. Así, al igual que el maestro, Resbier asume todo el legado posmoderno de la fotografía, el vídeo, la narratividad, la pluralidad de estilos, la banalidad de la mirada, etcétera, y lo proyecta sobre el lienzo utilizando los tópicos pinceles empapados de óleo.
Muy probablemente el mundo, a pesar de todas las agresiones tecnológicas que estamos arrojando sobre él, no sea muy diferente de como lo era hace unos siglos. El mar, los hielos polares o la silueta de los Alpes no han debido variar mucho su apariencia, pero lo que sí es cierto es que ha cambiado drásticamente nuestra manera de mirarlos. Algunos fenómenos intemporales, como los citados, y otros claramente actuales, como algunos desoladores interiores, constituyen los temas característicos de la pintura de Resbier.
La actualidad de su trabajo, por lo tanto, no radica en la elección de los temas sino en cómo éstos son mirados. En su caso se trata de una mirada distante y casual, que capta la incertidumbre de la luz, lo que expresa con colores virados e irreales que definen imágenes desenfocadas de siluetas difusas. De esta manera, el antiguo arte de la pintura sigue impertérrito su larga marcha.
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