En busca de un Sarkozy de izquierdas
El mapa engaña. Entre los países de mayor tamaño de la Unión Europea, la izquierda gobierna en Italia, Reino Unido y España, y participa en el Gobierno de Alemania. También ha colocado, en su menoscabo, a varias de sus personalidades en el Gabinete de apertura de Nicolas Sarkozy. Pero es difícil hallar un momento de mayor confusión respecto a su identidad y a sus estrategias, y de mayor debilidad en sus liderazgos. Las dificultades que atraviesa el mayor partido de la izquierda europea, la socialdemocracia alemana, pueden servir de ejemplo. La participación en el Gobierno de gran coalición y, sobre todo, la continuación de las reformas de la Agenda 2010 que elaboró el canciller Gerhard Schröder están abriendo espacio a la formación nacida a su izquierda, Die Linke, integrada por los ex comunistas de Alemania del Este y por los partidarios del izquierdista Oskar Lafontaine. Y la popularidad de la canciller Angela Merkel está capitalizando para la derecha y para sí misma todos los éxitos del Gobierno, la buena marcha de la economía y la salida del túnel del déficit.
La socialdemocracia alemana sufre una crisis de líderes, pero también de programas, pues no sabe si regresar al gasto social, que es lo suyo, o persistir en la reforma del Estado de bienestar, según hacia dónde mire en las amenazas electorales que le acechan. Los laboristas británicos ya no tienen estos problemas y compiten sin más con los conservadores en el recorte de los impuestos que gravan las propiedades de las clases medias. Los socialistas franceses, clásicos militantes del partido del gasto, se enfrentan a la competencia de un Sarkozy que es liberal a la francesa: recorta los impuestos de las rentas altas, pero mantiene los parámetros de déficit; quiere un mercado de trabajo más flexible, pero piensa mantener el proteccionismo dirigista sobre la industria nacional. El socialismo español es el único que se permite el lujo de tirar a bulto al ampliar el gasto social, sin necesidad de acudir a la tijera: tiene el dinero para hacerlo y se lo aconsejan las elecciones a la vuelta de la esquina.
Las mayores urgencias, sin embargo, son las de la izquierda italiana. Está en el Gobierno desde que Prodi venció a Berlusconi por centésimas (49,81 frente a 49,74), al frente de una coalición heteróclita y frágil que puede caer en cualquier momento. El país registra el crecimiento más débil de Europa y el mayor endeudamiento, en el escenario de una sociedad y de un sistema bloqueados en los que crecen los sentimientos antipolíticos y el desistimiento de los ciudadanos. El manifiesto de presentación del Partido Democrático, en el que se funden los demócratas de izquierda (ex comunistas) con Democracia y Libertad-La Margarita (ex demócratas cristianos y liberales de izquierdas), empieza con estas palabras que sonarían extrañas y obvias en otras latitudes: "Nosotros, los democráticos, amamos a Italia". Cuando más abajo añaden que "advertimos signos de un pesimismo difuso que afecta a la propia identidad de Italia como nación", empezamos a entender lo que está pasando. El PD medirá sus fuerzas consigo mismo este próximo domingo, en las elecciones primarias y constituyentes de donde saldrán sus dirigentes y el candidato a presidente del Gobierno, repitiendo así la experiencia que llevó a Romano Prodi en 2005 a encabezar la Unión y vencer a Berlusconi, después de unas elecciones que movilizaron a 4,3 millones de italianos. Estas nuevas primarias, en las que los electores aportan un euro con su voto, significarán el momento fundacional del PD y la previsible entronización de Walter Veltroni, el alcalde de Roma y candidato más destacado entre todos los democráticos.
Muchos ven con escepticismo este nuevo partido, surgido en parte como una barricada frente a Berlusconi. Ahora, confrontado ya a unas primarias, es el intento de hacerse con un personaje que haga con el sistema político italiano lo que está haciendo Sarkozy con el francés: romper. El programa de reformas que defiende Veltroni cuadra con esta idea: reducción del número de parlamentarios, eliminación del bicameralismo, reforma de la legislación electoral que favorezca el bipartidismo y reforzamiento de los poderes del presidente del Consejo de Ministros, entre otras cosas. También sus ideas sobre la seguridad ciudadana, el rigor presupuestario y la austeridad del Estado. Incluso en la responsabilidad que exhibe en el capítulo presupuestario supera a la bien escasa de Sarkozy: no quiere aumentar impuestos, sino ser más eficaz en su recaudación, entrar en las bolsas de fraude, y gastar mejor.
Sarkozy se presenta como el amigo de los americanos, pero quien quiere ser como son los partidos americanos es el PD italiano, con sus primarias, sus asambleas locales y su centrismo instintivo en un sistema bipartidista. Nadie antes ha hecho algo así en la Europa continental. En cuestión de experimentos, los italianos suelen ser siempre los primeros en intentarlo. Veremos qué sale.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.