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Reportaje:HÍPICA | Gran Premio del Arco del Triunfo

La poesía de la incertidumbre

Fernando Savater

Hace aproximadamente un par de siglos, cierto sha de Persia visitó Londres justo en las fechas en que iba a celebrarse el Derby de Epsom. Preguntaron al magnate oriental si quería asistir a la gran carrera y él rechazó la invitación: "No me interesa, ya sé que hay caballos que corren más que otros". En efecto, por mucho que nos humille a los aficionados al turf, el intríngulis del asunto se reduce a que unos caballos corren más que otros. Pero con un añadido importante, que se le escapaba al sha: no sabemos de cierto cuál es ese caballo que corre más. Es decir, ignoramos cuál correrá más hoy, ahora, en esta distancia y en las circunstancias irrepetibles de esta carrera.

Los caballos no son máquinas, pero aún mejor: ¡tampoco son personas! No comentan si les duele algo, si están cansados o aburridos, si tienen penas de amores, si se sienten como usted o yo algunos lunes: sin ganas de nada. Tampoco si por el contrario están radiantes y felices, capaces de comerse el mundo y dar por fin su galopante do de pecho... De tal modo que caballos que ayer parecían grandes campeones corren luego como lisiados y auténticos pencos sacan de pronto fuerzas milagrosas para deslumbrar a quienes ya no confiaban en ellos. Es lo que tópicamente se llama la gloriosa incertidumbre del turf.

Los caballos no son máquinas, pero aún mejor: ¡tampoco son personas!

El pasado fin de semana en Longchamp -dos días en que se corre un puñado de las mejores pruebas hípicas europeas, culminando en el gran premio del Arco del Triunfo- nos ha ofrecido a los adictos una auténtica sobredosis de incertidumbre, puede que gloriosa pero la verdad algo excesiva. Algunos de los mejores y las mejores purasangres se han portado como si tuviesen patas de madera y han mordido el césped ante el empuje de rivales en teoría de menor renombre.

El mismísimo Arco del Triunfo ha tenido un cierto componente de sorpresa, al menos negativa: el gran favorito, Authorized, ganador del Derby de Epsom y montado por el jockey más cotizado -Lanfranco Dettori- ha defraudado completamente. Situado toda la carrera en las últimas posiciones del pelotón, aparentemente a la espera, en el momento decisivo no fue capaz de acelerar y llegó tan a la cola como había salido. El ganador fue el irlandés Dylan Thomas, un competidor muy estimable pero que ya había sido previamente derrotado por Authorized en su última carrera. Y detrás, muy cerca, llegaron Youmzain, Sagara y Getaway, tres de los menos evidentes aspirantes al triunfo. Para colmo, Dylan Thomas dio un gran bandazo en la recta final -molestando a más de uno- y hubo que esperar más de media hora hasta saber si los comisarios confirmaban el orden de llegada o le descalificaban. Lo dicho: demasiada incertidumbre.

Puede que alguien crea que el poético nombre del ganador es responsable de tanta zozobra. Nada menos evidente, porque, a diferencia de su tocayo humano, Dylan Thomas es uno de los purasangres más regulares, trabajadores y menos caprichosos del panorama internacional. Quizá sea esta misma honradez acrisolada la que nos ha hecho difícil considerarle realmente un auténtico fuera de serie... No es el único caballo de letras que compite actualmente en las pistas: también hay un Yeats, un Antón Chejov y hasta un Literato, hijo de la yegua española La Cibeles y propiedad del actual ministro de Defensa francés. Pero el domingo fue sin duda Dylan Thomas el que obtuvo en Longchamp el difícil premio Nobel de las carreras de caballos...

Kieren Fallon, a lomos de <i>Dylan Thomas.</i>
Kieren Fallon, a lomos de Dylan Thomas.AFP

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