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Reportaje:Dopaje | La caída de la 'reina' del atletismo

No hay compasión con Marion

El deporte y la opinión pública de Estados Unidos exigen a la atleta que devuelva las medallas

Carlos Arribas

De Marion Jones siempre se decía que cómo una chica tan maja, tan limpia, tan sonriente, podía elegir tan mal sus compañías. Cómo, por ejemplo, había sido capaz de casarse con una bestia como C. J. Hunter, un lanzador de peso que debía de pesar como media tonelada y que además dio positivo por consumo de anabolizantes. O cómo tuvo su primer hijo con Tim Montgomery -a quien ahora llama simplemente el padre biológico de Monty-, un atleta muy rápido que no sólo se implicó en asuntos de dopaje, sino también en una banda que se dedicaba a falsificar cheques y a lavar dinero. O cómo formó parte entre 1997 y 2002 del grupo de atletas llamado Capitol Sprint, el grupo entrenado por el jamaicano Trevor Graham, en cuyo historial figuraba gran número de positivos.

El presidente de la IAAF la califica como "uno de los mayores fraudes en la historia"
Jones deberá testificar en noviembre en el juicio contra su ex entrenador Trevor Graham

Después de oírle confesar en las escaleras de los juzgados de Nueva York, lágrimas corriéndole por las mejillas, que ella misma no sólo se dopó para los Juegos de Sidney, sino que también ingresó en su cuenta cheques falsos, quizás lo extraño sea que su última pareja, Obadele Thompson, velocista de Barbados, padre de su segundo hijo, no haya dado positivo aún.

Marion Jones, la reina del atletismo, ya no es la chica ingenua y despistada maleada y engañada por amigos malvados, sino una mujer fría y malvada capaz del mayor pecado que se pueda cometer en Estados Unidos, capaz de mentir a las autoridades y al público. Una mujer que le habría encantado a Fritz Lang para su Perversidad, por ejemplo. Una mujer que en el momento de su caída despierta más desprecio que compasión entre los mismos que en su momento la elevaron a lo más alto.

Lamine Diack, el presidente de la Federación Internacional de Atletismo (IAAF), que tiene que decidir si borra su nombre del historial de los Mundiales, la calificó como "uno de los mayores fraudes en la historia del deporte".

Y ni siquiera se cree que su confesión haya sido voluntaria, fruto del arrepentimiento espontáneo. O que siquiera su decisión de cantar y dejar de mentir haya llegado por motivos ligados al caso Balco estrictamente. Según fuentes de la investigación y de la fiscalía, que trabajaron para ofrecerle un trato de un máximo de seis meses de condena y una multa de un máximo de 3.000 dólares, el dato que cambió el comportamiento de Jones fue que su firma figurara en un cheque falso y que hubiera más pruebas de su implicación en la banda de falsificadores. El miedo a una condena más alta por ese caso, en el que su ex, Montgomery, ya había confesado, fue lo que la convenció de aceptar la petición judicial de confesar también que había aceptado por parte de Graham unas gotas sublinguales que no eran otra cosa que el anabolizante THG.

La última línea del e-mail en el que Marion Jones contaba la pasada semana a sus amigos y familiares que iba a confesar sus pecados en un juzgado de Nueva York era una petición cristiana: "Por favor, tenedme presente en vuestras oraciones".

La respuesta del mundo del deporte y de la opinión pública de Estados Unidos ha sido igualmente muy cristiana. No hay perdón sin penitencia, le han recordado. Aparte de eso, nada. A la atleta perdida, que confesó el viernes ante el juez que se había dopado para ganar cinco medallas en los Juegos de Sidney 2000, no se le ha ofrecido ningún tipo de cariño. A su petición de perdón se le ha respondido con varias exigencias previas. No habrá perdón si no las cumple. Y ni siquiera.

La primera, expresada tanto en el New York Times como por el presidente del Comité Olímpico de Estados Unidos (USOC), Peter Ueberroth, es que, de entrada, devuelva las medallas de Sidney. "Como resultado de las decisiones equivocadas que tomó, Jones ha engañado a su deporte, a sus compañeros, a sus rivales, a su país y a ella misma", dijo Ueberroth; "ahora tiene la oportunidad de tomar una decisión muy diferente devolviendo sus medallas olímpicas, valorando así los esfuerzos de la inmensa mayoría de los deportistas que eligen competir limpios".

La segunda penitencia es que participe en noviembre como testigo de la acusación en el juicio que se le abrirá a Trevor Graham, también acusado de falso testimonio y perjurio. Graham, el mismo que abrió la caja del caso Balco enviando en 2003, por despecho, cuando Jones y Montgomery lo abandonaron, a la Agencia Antidopaje de Estados Unidos una jeringa con unas gotas de THG, se encuentra también atrapado por la investigación que él mismo puso en marcha.

Ambas exigencias públicas a Marion Jones son meramente simbólicas. Uno de los compromisos adquiridos por Jones para ver su pena reducida a un máximo de seis meses -los dos delitos de falso testimonio sumados podrían haberle supuesto diez años de cárcel- es el de testificar contra Graham. Y antes de que el juez neoyorquino emita sentencia, que se espera que sea dentro de tres meses, el 11 de enero, el Comité Olímpico Internacional (COI), que ya le abrió expediente en 2004, cuando las primeras acusaciones llegadas de su primer marido y de Victor Conte, el dueño de los laboratorios Balco, ya se habrá reunido para oficialmente borrar su nombre de los Juegos de Sidney y desposeerla de las medallas fraudulentamente conseguidas.

Rastros de lágrimas en el rostro de Marion Jones durante la conferencia de prensa en la que pidió perdón.
Rastros de lágrimas en el rostro de Marion Jones durante la conferencia de prensa en la que pidió perdón.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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