_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Adiós apasionado

Hay personas que no deberían morirse nunca, decíamos ayer. En la capilla ardiente instalada en La Nau de Valencia había que mirar dos veces el féretro para acabar de creerse que Matilde estaba allí tumbada, quieta. "Ya ves, aquí de cuerpo presente en la Universidad", habría dicho con sorna y al tiempo con gratitud, "yo que no fui ni a la escuela". Matilde autodidacta, curiosa, inteligente, pequeña y fuerte hasta los últimos meses de una vida que acabó suavemente ayer. Matilde maestra exigente, jubilada correntona, ubicua, no se perdía una. Todo le interesaba en el arte. No sólo la música, sino tambien la pintura, la escultura, la literatura... Todo le apasionaba en la vida: la familia, mimar y conservar las amistades... a veces incluso haciendo un titánico esfuerzo para que no se interpusieran creencias e ideologías.

Más información
Muere la compositora Matilde Salvador

Teníamos un encargo de Rosa Serrano, así que compartimos muchas horas durante días, semanas, meses... bastantes tazas de café vaciadas y cintas de casetes llenas de recuerdos, comentarios y confidencias. Por eso sé muy bien cuánto le pudieron llegar a doler ciertos cambios de rumbo que realizaron amigos del alma en lo que afecta a su amado país, a su querida lengua. Matilde se negó a renegar de las personas, pero después de tantos años pude comprobar que la herida nunca se cerró del todo. "Lo importante son los amigos, lo demás son sólo garambaines que vienen y van".

Demasiado fiel a sus orígenes y a sus principios, me consta que la ciudadana Matilde Salvador permaneció proscrita (o al menos non grata) durante mucho tiempo, incluso en mandatos socialistas. En los últimos años, sin embargo, le habían llovido los reconocimientos, como habrán leído en las columnas de arriba. Al principio, algún tímido homenaje sin políticos ni autoridades. Luego, ya cumplidos los 80, distinciones y medallas por doquier. Todas eran agradecidas sinceramente, las de palacio y las de la más modesta sociedad musical. Le gustaban, desde luego, pero nunca le atisbé ni un ápice del engolamiento que los honores podían haber insuflado en otro tipo de persona. Creo que tiene mucho que ver su condición de mujer pionera, su enorme sentido del humor. En nuestras apasionadas conversaciones para Tàndem de la Memòria no escatimó autocrítica ni anécdotas sobre su obra musical o plástica.

Estaba cerca de los 90 y sólo un progresivo debilitamiento consiguió recluirla en casa, tras aquellos ventanales desde donde pese al cemento en el horizonte todavía se atisban las montañas de Castellón.

"Me piden que descanse, pero ya descansaré cuanto esté muerta". Seguro que hoy, en el Ayuntamiento de su querida ciudad de nacimiento, alguien comentará que los artistas no se van, que permanecen en su obra.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Pero no sólo eso. Las personas como Matilde Salvador tampoco se van del todo mientras podamos guardar algo de su fuerza, de su insobornable honestidad. Mientras algunos privilegiados podamos recordar que hemos disfrutrado de su afecto.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_