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Columna
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Caminos de Centroeuropa

Como los centros históricos de otras ciudades europeas de tamaño medio -Brujas, Siena, Rotenburg...-, Salzburgo tiene una traza admirable, una arquitectura de densa belleza y un mantenimiento impecable. Su perfección resulta casi abrumadora y después de unos días entre el gentío que discurre sin cesar por las dos o tres calles principales del casco viejo, como bambalinas de un decorado gigante, se siente la necesidad de salir de allí. Por fortuna, la región circundante ofrece múltiples atractivos. Salzkammergut, con sus famosos lagos, es un mosaico de la historia de Europa, desde los orígenes de la cultura metalúrgica en Hallstatt hasta la culminación sentimental del imperio austrohúngaro con el encuentro de Sissi y Francisco José en Bad Ischl, exaltado hasta la cursilería por el cine de nuestra infancia, pasando por los no menos empalagosos aires populares de la familia Trapp.

La muchedumbre que converge en la carretera alpina hacia el Grossglockner, la cumbre más alta de los Alpes austriacos, hace de este paraje una especie de Costa del Sol de alta montaña donde centenares de vehículos de todo tipo hacen cola para acercarse a contemplar el hermoso y triste panorama de los glaciares que se funden a ojos vistas por efecto del calentamiento global.

Mucho más amable y relajado es el ambiente en el Tirol. En Innsbruck, su capital, me alegró comprobar, 15 años después de mi anterior visita, que la catedral de St. Jakob ha sido restaurada y los frescos con la imagen del apóstol Santiago vuelven a lucir sus colores. Sin embargo, la guía disponible omite cualquier referencia a la peregrinación jacobea. La omisión resulta sorprendente, pues el camino de Santiago mantiene una presencia importante y viva. Perfectamente cuidado, señalizado, su iconografía restaurada, los pequeños pueblos llenos de encanto con sus iglesias, albergues, centros vecinales..., da gusto andarlo. En Salzburgo la conocida galería Welz exhibe un escaparate dedicado a la bibliografía sobre el Camino de Santiago y su patrimonio monumental. Hacia el oeste de la ciudad, pasando por St. Jakob in Haus, la ruta se interna en el Tirol y, siguiendo el valle del Inn, deja Austria a través del paso de Arlberg. La entrada oriental del túnel de la autopista, el cuarto del mundo por su longitud, conserva el nombre de Jakobstor, puerta de Santiago.

Ahora que se celebra el vigésimo aniversario de la resolución del Consejo de Europa declarando el Camino de Santiago como primer itinerario cultural europeo, no está de más recordar que el fenómeno jacobeo no puede entenderse cabalmente sin resaltar su carácter de red de redes, que le da una dimensión de actualidad y permanencia que no se debe descuidar. Comparto un taller en el barrio compostelano de San Lázaro y cada día me sorprende la cantidad y variedad de personas que bajan a pie o en bicicleta hacia la ciudad histórica. La efeméride tendría que valer para que la Xunta y los ayuntamientos retomen el Camino de Santiago en sus aspectos sociales, económicos, ambientales y patrimoniales, para revisar las medidas de promoción y atención al caminante desde una perspectiva moderna, con la vista puesta en el año jubilar de 2010.

Como Compostela, Salzburgo es también el fruto de una inventio. Su apóstol se llama Mozart, y sus profetas fueron Max Reinhardt, Hugo Hoffmannstahl y Richard Strauss. Desde el año 1920 se ha consagrado como destino de una singular peregrinación; es decir, de dos, pues el festival de Pascua, en el que hace años actuó la Real Filharmonía bajo la batuta de Helmuth Rilling, es aún más reconocido entre los verdaderos melómanos que el fastuoso de agosto.

El camino de Santiago a Salzburgo es hoy más fácil. Tenemos vuelo directo vía Palma, o la alternativa de volar a Múnich, que bien compensa el desvío, y tomar allí un coche para recorrer los 180 kilómetros que separan ambas ciudades. Los defensores de la velocidad libre en las autopistas no pueden seguir aduciendo que en Alemania es así, porque ya se han adoptado los límites usuales en toda Europa.

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