En la muerte de un cineasta Antoni Ribas, la pasión por el cine
Antoni Ribas, en 2006, acudió a São Paulo (Brasil) a presentar un ciclo sobre su cine. Y ese acto lo explicó el propio Ribas como un síntoma más del desagradecimiento y olvido en que lo tenían las autoridades catalanas. "Tiene narices que el Instituto Cervantes, una entidad de Madrid, me traiga a São Paulo, porque hay una cosa que se llama Catalan Films, pero a mí no me ayudan nada: no pagan ni un café", dijo. Ribas amó el cine por encima de todo. Un amor difícil y lleno de conflictos. Su historia como cineasta no es sólo una filmografía; también son las batallas que emprendió para conseguir realizar sus sueños.
Hasta 1976 y La ciutat cremada, su historia como cineasta va por senderos más o menos habituales. Su primera película fue Las salvajes en Puente San Gil, una adaptación de la obra de José Martín Recuerda. También rodó Palabras de amor (1968) con Joan Manuel Serrat, y Terenci Moix en el guión. El poeta Narcís Comadira, uno de los guionistas de La otra imagen (1973), un drama de invidentes con Paco Rabal que recibió buenas críticas, empezó a trabajar en un guión sobre el Barça de entonces que no cuajó y que en 2004 reapareció, con otros guionistas, con Centenario, un thriller de denuncia sobre la corrupción en el mundo del fútbol centrada en el pasado inmediato del FC Barcelona. Fue el primer empeño paralizado de una tormentosa lista de proyectos. Sin embargo, el éxito y el reconocimiento que Ribas buscaba llegó con La ciutat cremada (1976), una epopeya sobre la Cataluña de principios de siglo y la Semana Trágica. En el filme aparecen en pequeños cameos políticos catalanes de la época, y en algunos sectores se recibió la obra como la llegada de un cine histórico, con su lado épico, del que Cataluña carecía. Y ahí empieza un camino casi imposible: realizar grandes producciones sin que en el país hubiera la industria ni los oficios avezados en ellas. Victòria, premiada en los festivales de Montreal y Biarritz, supuso seis años de trabajo y 140 kilómetros de celuloide rodado. Y una gran parte de ese trabajo consistió en buscar financiación. Intentó fórmulas inéditas, como la venta anticipada de entradas antes de iniciar el rodaje, que no cuajaron, y repitió la ensayada con La ciutat cremada: pequeños inversores que apoyaban el proyecto con cuentas partícipes. En 1984, estos pequeños inversores que habían solicitado un crédito a cuenta del éxito del filme tuvieron que amortizarlo ante la imposibilidad de la productora de responder por ellos. Ello le trajo a Ribas un sinfín de críticas, especialmente de colegas catalanes que temían que el exiguo capital cinematográfico catalán se inhibiera todavía más tras esta experiencia.
Este Ribas que no cede ante las dificultades es el mismo que en 1994 plantó una tienda de campaña en la plaza de Sant Jaume de Barcelona, ante el palacio de la Generalitat. Ahí, atrincherado durante varias semanas, protestaba porque la Administración catalana no había apoyado económicamente su filme Tierra de cañones. Ribas no entendía que Jack Lang le hubiera hecho Chevalier des Arts et des Lettres, que Lorenzo Quinn apostara por el proyecto y que las autoridades catalanas lo ningunearan. En la cartera del cineasta han quedado ideas como dos sendas películas sobre Hitler y Freud. Sí rodó una biografía sobre Dalí que tampoco contó con el beneplácito del entorno del pintor. De espíritu rebelde y bonachón, "cansado el seny" como le gustaba decir, era un gran aficionado a los toros. Le habría gustado ser torero, y en 1986 estrenó El primer torero porno, una comedia sobre un torero independentista y una feminista cabaretera. Ribas huyó de la vida cómoda para pelear con pasión por el cine que amaba.
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