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Entrevista:Andrés Rivera

"Pertenezco a la legión de los derrotados"

Si usted tiene una historia para escribir y su madre se interpone entre usted y la historia, mate a su madre', decía Faulkner. Es una metáfora, claro, pero habla de una urgencia que quema, de la sensación de que no tiene que haber nada entre quien narra y la fiebre por contar", se apasiona Andrés Rivera -escritor argentino, 78 años en la piel y un vozarrón de bajo- y enciende el primer Marlboro Light de esta entrevista. Una charla que consumirá cinco pitillos, una taza de café y una postal de Buenos Aires anocheciendo en estéreo, a través de la doble ventana de su austero departamento en un duodécimo piso del barrio de Belgrano, donde Rivera recala cuando vuelve a esta ciudad, que alterna con la Córdoba argentina.

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La excusa del encuentro es la edición española, en la recién nacida editorial Veintisiete Letras, de El profundo Sur y una serie de homenajes que el autor de El farmer recibirá en Francia. Desde un rincón del salón, a modo de altar laico (no aceptaría otro tipo de devociones su pasado de militante comunista), fotografías de Hemingway, Joyce, Borges y Trotski vigilan la escena. Consagrado desde La revolución es un sueño eterno (que ganó en 1992 del Premio Nacional de Literatura) como uno de los autores argentinos imprescindibles ("el Joseph Conrad argentino", le ha llamado Juan Gelman), Rivera roza la treintena de libros y cumple este año medio siglo de literatura desde la aparición de El precio (1957), su primera novela. "Es el más autobiográfico que escribí y un mal libro", lapida hoy el narrador, quien desde el giro que implicaron los relatos de Ajuste de cuentas (1972), cifra su demoledor estilo en la contenida administración de palabras feroces ("lo que puedo escribir en dos líneas no lo escribo en diez").

El profundo Sur, publicada originariamente en 1999, es un libro de madurez, que despliega el estilo Rivera: textos que difícilmente superen las cien páginas, "palabras sin grasa" que a veces son puñaladas de sentido. El argumento nace de un episodio de la historia argentina: la Semana Trágica de 1919, que se ganó el nombre por la sangrienta represión de obreros en huelga.

PREGUNTA. Una cuestión recorre todo El profundo Sur. "¿Por qué un hombre mata a otro?". ¿Encontró alguna respuesta?

RESPUESTA. No. Yo hago preguntas, no las contesto. Prefiero que la literatura deje el eco de las preguntas repiqueteando y que cada quien arme el rompecabezas a su modo. En el libro hay hipótesis, por supuesto: ¿una palabra de más? ¿Un agravio que a lo mejor se carga por años, como una herida? ¿Un resentimiento que estalla sin aviso? La novela cuenta cómo un día, en una esquina trágica de Buenos Aires, en el marco de las manifestaciones de 1919, cuatro hombres se encuentran y la muerte les cambia la vida. Uno de ellos, Roberto Bertini, dispara desde un camión contra los bolcheviques judíos o judíos bolcheviques, que para él son la misma cosa. Apunta contra uno de ellos, Enrique Warning, pero por azar le da a un tercero: Eduardo Pizarro, un terrateniente, que es auxiliado por Jean Dupuy, un francés que ha participado en la comuna de París, exiliado ahora en Buenos Aires. La novela es el relato de ese encuentro y sus consecuencias en cuatro capítulos, uno por cabeza. Nada más.

P. La historia argentina ha sido más de una vez un disparador de su literatura. ¿De dónde surge esa fascinación?

R. Son pocos, en verdad, los libros míos que hablan de personajes históricos y siempre lo han hecho desde la literatura: Juan José Castelli, el orador de la Revolución de Mayo, primer Gobierno criollo en 1810, en La revolución es un sueño eterno; Juan Manuel de Rosas, el hombre fuerte de Argentina entre 1830 y 1852, ya viejo y enfermo en el exilio en El farmer, y José María Paz, jefe enfrentado a Rosas, en Ese manco Paz... Y luego, creo que hablo de la vida cotidiana, porque la vida cotidiana es pura historia. La Semana Trágica está incorporada a la historia de Argentina, un país que tuvo un movimiento ideológico y sindical muy fuerte a principios del siglo XX, algo que ha desaparecido. ¿Cómo un escritor argentino se va a desligar de eso? Está comprometido con ello, lo respira. Aunque no escribí esta novela desde la nostalgia, recuerdo que cuando lo hacía podía sentirme copartícipe de un intento de cambiar el mundo.

P. ¿Y hoy?

R. Hoy sé que pertenezco a la legión de los derrotados, que hablar de utopías estaba bien para Tomás Moro y que los libros, las historias, ahora están en las noticias policiales. Son el reflejo de esta sociedad que tiene todavía huellas de la dictadura: una sociedad que cuenta entre las víctimas preferidas de los asaltos a los ancianos y donde la corrupción da zarpazos cada día.

P. Con todo, sigue escribiendo. Después de medio siglo de literatura, ¿cómo se conjura el riesgo de la repetición?

R. Es una tarea interesante que alude fundamentalmente a la escritura. Yo ya he dejado de explorar la redundancia. Esa cosa escueta, desnuda, creo que está cambiando. Lo sentía esta mañana al pasar a máquina un cuento nuevo. Ya no hay esa tentación de explicar. No sé definirlo todavía, pero creo que eso es lo que está apareciendo: hay una búsqueda por cómo explicar sin explicar.

P. ¿El narrador se está volviendo poeta?

R. De eso me han acusado, pero en este país hay treinta millones de economistas y treinta millones de poetas. Es mucho, y yo no quiero estar en esa falange.

Andrés Rivera. El profundo Sur. Veintisiete Letras. Madrid, 2007. 96 páginas. 14 euros. En España Punto de Lectura ha publicado también sus novelas El Farmer y La revolución es un sueño eterno.

Andrés Rivera, en su domicilio de Buenos Aires.
Andrés Rivera, en su domicilio de Buenos Aires.MARIANA ELIANO

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