"Aquí los presos nos autogobernamos"
El Gobierno planea implantar en todas las prisiones los 'módulos de respeto', donde los reclusos ganan calidad de vida a cambio de cumplir un plan de trabajo
La habitación de José Antonio tiene una puerta amarilla. Un tablón para no perder de vista las fotos de la familia, las estampitas de la Virgen y un calendario ilustrado con modelos despampanantes. Estanterías con la ropa perfectamente plegada. Y en el suelo, una alfombra con mensaje: Home, sweet home (Hogar, dulce hogar). Pero José Antonio no está en su casa, sino en el penal de Mansilla de las Mulas, en León. Y a pesar de eso, la puerta de su celda, ordenada e impoluta, siempre está abierta, porque no teme que le roben. Es la ventaja de vivir en una de las instalaciones carcelarias que el Gobierno ha bautizado como módulos de respeto, en honor al ambiente de coexistencia pacífica que se crea entre los reclusos.
La Dirección General de Instituciones Penitenciarias los define como el no va más de las cárceles. Como un lugar en el que la solidaridad y la cooperación sustituyen a las peleas, al rencor y al ocio y negocio con drogas duras. Algo así como si las celdas se transformaran en internados y el carcelero, en plan profesor de la LOGSE, animara a los presos a trabajar en equipo. El experimento ya funciona en 10 prisiones españolas, y en breve se extenderá a otras 20. La directora general de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo, pretende que para 2009 se haya implantado en todos los penales del Estado, convencida que este modelo, "pionero en el contexto internacional", es el futuro del sistema carcelario.
Gallizo visitó el pasado jueves el penal de Mansilla, el primero en adoptar el proyecto hace seis años. Está dividido en 14 módulos. Ocho de ellos son de respeto, y albergan a 857 presos, el 60% de la población reclusa. Todos los presos están obligados a cumplir un programa que incluye trabajo, estudio y ocio. Deben ir vestidos correctamente para cada actividad, ducharse a diario, fumar sólo en las zonas habilitadas y respetar los horarios. Celebran asambleas y se organizan en comisiones de trabajo. Las hay de cultura, de deportes y hasta de medio ambiente. En Mansilla, todos los materiales se reciclan.
El ingreso en estos módulos es voluntario, y se consigue tras un informe favorable de los responsables del centro. Los internos firman un contrato por el que se comprometen a respetar las reglas del juego. A cambio, logran que el tiempo de condena no se haga tan largo y tedioso. Los horarios son estrictos: se levantan a las ocho, y a las nueve comienzan a trabajar. Un descanso para tomar café, y vuelta al tajo.
En las paredes del módulo 8, destinado a los toxicómanos, los tablones de anuncios muestran las evaluaciones de los presos. Hay quien progresa adecuadamente y quien necesita mejorar. Afuera, un grupo de reclusos interrumpe su partido de tenis para saludar a Gallizo. Y dentro, sus compañeros dan rienda suelta a su creatividad en un taller de carpintería que produce armarios, joyeros y hasta un cuadro con la imagen del Che. Su autor, un canario con nombre de artista, Miguel Ángel, ingresó hace dos años en el módulo, carcomido por las drogas. Ha conseguido rehabilitarse gracias a que siempre está ocupado. Pero la irrupción de Gallizo también despierta críticas. Manuel, Víctor y Diego se quejan de que la directora se marche en un santiamén. "No nos dejan opinar", braman.
El preso que entra en un módulo de respeto no tarda en advertir que ha aterrizado en otro mundo. "Los compañeros te reciben amistosamente, te ayudan con el equipaje... Sabes que estás en la cárcel, pero la actividad te alivia", señala el asturiano Francisco Miranda. Le condenaron a 28 años por delitos de narcotráfico, y de momento ha cumplido seis. En lugar de haraganear, le dio por estudiar: terminó el Bachillerato en la cárcel, y ha comenzado la carrera de Derecho, porque quiere "cambiar de bando: de ir en contra de la justicia a estar con ella".
Algunos reclusos, como Modesto, se permiten el lujo de exagerar cuando se les pregunta cómo se vive en su módulo. "¡Esto es un vergel!". A su lado está Viorel Meleaca, un rumano de 29 años que lleva seis saltando de cárcel en cárcel porque, a pesar de ser traductor de inglés y francés, prefirió tomar el atajo del dinero fácil y acabó enrolado en una banda dedicada a la trata de blancas. Para él, estos módulos son el ejemplo de lo que debería ser una cárcel. "Aquí nos autogobernamos, nos tratamos con respeto. Vives más tranquilo y resuelves los problemas dialogando". Viorel, que ahora da clases de inglés a sus compañeros, sueña con salir de prisión, iniciar una vida "normal" y echarse novia. "Hace tiempo que la busca", revelan sus compadres.
Agustín, uno de los funcionarios, admite que trabajar en los módulos de respeto exige "más esfuerzo y compromiso". Lleva cuatro años trabajando en ellos. "Y son infinitamente mejores que el módulo típico", aunque haya personas que renuncien a participar: "Pero todos los que han pasado por aquí quieren volver. Por algo será". Cada módulo agrupa a un tipo determinado de reclusos. Incluso hay uno con internos que hasta hace poco estaban sometidos al primer grado. Esto es, los más peligrosos. Pero el director de la cárcel leonesa, José Manuel Cendón, cree en la bondad innata del ser humano: "No he visto aquí a ningún diablo, ni huele a azufre".
El salón de actos del penal leonés se ubica en un centro cultural equipado con cine y piscina. Allí se reunió medio centenar de presos para escuchar a la directora de Prisiones: "Queremos que aprendáis de los errores del pasado para tener un futuro. Y la sociedad debe ser generosa con quien aprende de sus errores", sentenció Gallizo.
En la mesa de oradores también se sentaba José Ramón, encerrado en Mansilla desde hace dos años. Aunque la cárcel es "muy dura", agradece que en su módulo pueda acostumbrarse a vivir como lo haría una persona en libertad. Pero la etapa más dura comienza al salir del trullo. Con una voz radiofónica, entrecortada por los nervios, José Ramón pidió a Gallizo que no se olviden de ellos cuando acaben la condena: "Aquí es muy fácil darnos un plan de vida. Pero luego no podemos encontrarnos en la calle sólo con un billete de tren y cinco euros para llegar a casa, si es que nos queda casa".
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