Tanto va el cántaro a la fuente...
Muy lejos de constituir una novedad, las desavenencias entre Convergència Democràtica (CDC) y Unió Democràtica (UDC) son un fenómeno cíclico que la política catalana contempla desde hace al menos dos décadas. Unió, que en la década de 1930 había forjado su identidad fundacional sobre la base de configurar un partido de católicos inequívocamente demócratas y nacionalistas, reformó esa identidad a partir de 1978 en el contraste con Convergència, su socio mayor: ser de Unió ha significado, dentro de CiU, no ser de Convergència, y diferenciarse de ésta todos los días, para contrarrestar el riesgo de absorción; de ahí una tensión estructural, buscada, que se ha ido alimentando de cien discrepancias, mil escaramuzas y diez mil pequeños agravios. Por su parte, los convergentes, cuando suscribieron la coalición -hoy, federación- con un partner minúsculo y debilitado por su crisis de 1977-78, confiaban en que UDC siguiera los pasos de la Esquerra Democràtica de Trias Fargas y se integrase más pronto que tarde en CDC. La tozudez de los democristianos en reafirmar su personalidad, su celo a la hora de exigir las cuotas de poder pactadas, su prurito por marcar un perfil distinto, han acumulado entre las bases de Convergència grandes depósitos de irritación, reproches de deslealtad, acusaciones de parasitismo, etcétera.
Duran Lleida añora el "nacionalismo centrado" de los tiempos de Jordi Pujol. Pero el problema es que no estamos en los tiempos de Pujol: Convergència i Unió ya no goza de la aureola del poder, ni ejerce el monopolio nacionalista
Si todo esto ya era así hasta el otoño de 2003, bajo el patriarcado de Jordi Pujol y mientras el disfrute del poder ejercía sobre la relación entre ambos partidos sus balsámicos efectos, las cosas no podían sino empeorar después, cuando entre Josep Antoni Duran y Artur Mas no existe ninguna prelación de edad o de historial -en todo caso, a favor del primero-, cuando Mas no tiene las raíces doctrinales democristianas que sí poseía Pujol, cuando la permanencia en la oposición limita las oportunidades, urge y dramatiza las legítimas ambiciones tanto individuales como colectivas.
Dicho lo cual, no me parece exacto despachar el problema -como ha hecho una vez más alguna personalidad de CDC- diciendo que Duran "sólo quiere ser ministro". Duran, según lo acordado por la comisión ejecutiva nacional de la Federación de CiU el pasado 23 de julio, se considera el máximo responsable de que ésta consiga, el próximo mes de marzo, los mejores resultados posibles. Cómo rentabilizarlos, eso se decidirá después. En la persecución de tal objetivo, el líder de Unió entiende que las aperturas hacia Esquerra o los coqueteos con Pasqual Maragall desdibujan la oferta que él debería encabezar, y conceptúa un error -del que, además, dice haberse enterado por los medios- comprometer ahora a CiU a una acción común con el Partido Nacionalista Vasco y el Bloque Nacionalista Galego en la próxima legislatura española; máxime cuando BNG y PNV han demostrado de nuevo y recientemente en el Congreso que van a lo suyo siempre que les conviene. En cuanto a la refundación del catalanismo, Unió ve en esa fórmula el enésimo intento convergente de engullirla, de forzarla a la fusión; si en el catalanismo refundado que propone Mas van a caber liberales, socialdemócratas, marxistas, etcétera, ¿cómo podrían los democristianos mantener rancho aparte?
En definitiva, y según resumía este mismo diario el pasado martes, Duran añora y reivindica el "nacionalismo centrado" de los tiempos de Pujol. Pero el problema es que no estamos en los tiempos de Pujol: Convergència i Unió ya no goza de la aureola del poder, ni ejerce aquel cuasi monopolio del nacionalismo que tuvo en la década de 1980 y al principio de la de 1990. Frente a la agresiva competencia de Esquerra Republicana, tras la convulsión del nuevo Estatuto y en pleno mandato del presidente José Montilla, resulta imposible para CiU mantener la flema identitaria de antaño, ignorar las tentaciones soberanistas y aplicar las viejas recetas del tándem -no siempre armónico, por cierto- formado por Miquel Roca y Jordi Pujol. La cuestión no es -como insinúa Duran- que plataformas y corrientes críticas empujen a la cúpula convergente hacia la radicalización. La cuestión es que el reparto de roles políticos de 20 años atrás ha periclitado, aunque nadie conozca de momento el nuevo dramatis personae...
¿Entonces? Si la derecha española fuese otra, en ese caso cabría especular con el hipotético futuro de Duran Lleida al frente de una Unión del Pueblo Navarro a la catalana, fruto de la fusión del PP local con UDC o una parte de ella; una especie de Lliga remozada. Pero, con una derecha para la cual el amigo Piqué ya era un abertzale peligroso, tal escenario es inimaginable. Tampoco es fácil imaginarse a Duran en las alturas del Grupo Mixto del Congreso, con uno o dos escaños tras la eventual presentación electoral de Unió en solitario. ¡No hay cuidado -sostienen algunos-, todo esto es teatro y chantaje emocional! Pero, si lo es, ¿cuáles son sus verdaderos objetivos políticos? ¿Guardan éstos proporción con el riesgo real de ruptura?
Digo lo del riesgo porque la última crisis está haciendo aflorar un fenómeno profundo. Durante 20 años, y ante las periódicas turbulencias con Unió, funcionaba en Convergència un mecanismo inhibidor, un freno: divorciarse sería suicida, conllevaría la pérdida de las elecciones y del poder o -en el trienio 2003-2006- de la expectativa inmediata de recuperarlo. Ahora, cuando se sabe que la travesía del desierto durará por lo menos hasta 2010, crece entre las bases convergentes la tentación de aprovechar la forzosa penitencia para librarse de una vez del socio puntilloso e incordiante. Así, el día que se alcance otra vez el oasis, no habrá que andar discutiendo el reparto del agua y de los dátiles... Es el sentimiento que ha tenido su plasmación en la plataforma Desfederem-nos, pero que va mucho más allá.
En fin, cuando unos acusan al socio y futuro cabeza de lista de "tener el mismo discurso que el PSOE", cuando otros aluden a "los cataplines", no resulta fácil asegurar que el matrimonio entre CDC y UDC vaya a cumplir, el año próximo, las Bodas de Perla..., que es como los cursis llaman al trigésimo aniversario de casamiento.
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
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