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Tribuna:DESDE MI SILLÍN | VUELTA 2007
Tribuna
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Tormenta

El ciclismo, como deporte, tiene un factor que muy a menudo se olvida a la hora de enjuiciar los recorridos y que influye mucho más de lo que parece en los resultados. Mucho se habla de que esta Vuelta está acabada y de que la ganará Menchov porque no hay dureza hasta Madrid. No estoy de acuerdo. Bueno, sí en que Denis es hasta ahora el corredor más fuerte de la carrera, pero no en lo de la dureza. Aún quedan trampas por el camino y nadie se fija en lo que cambia una carrera en función de la climatología, que es a lo que me refiero. Como pasó ayer, sin ir más lejos.

Este deporte se desarrolla al aire libre, a merced de lo que toque ese día, sea sol, viento, lluvia, granizo o incluso nieve. Al recorrer tantos kilómetros se dan cambios bruscos de temperatura en un mismo día, especialmente en las etapas de montaña. Y en esos kilómetros nos podemos encontrar de todo, desde autovías recién inauguradas hasta carreteras comarcales con asfalto de la época de la dictadura. A la hora de cruzar los pueblos lo mismo se hace por una variante que por el casco histórico, con sus lógicos estrechamientos. Eso por no hablar de nuestras queridas rotondas, que tanto abundan en el Levante español y que están a veces contraperaltadas, en las que el asfalto más parece una pista de patinaje que de rodaje.

Ayer llegó por fin la escapada. Por primera vez en esta Vuelta los fugados tuvieron su premio. ¿Y eso qué tiene que ver con el tiempo o con el recorrido?, se dirán. Pues mucho. Porque, si hubiese salido un día inmaculado, los escapados difícilmente se habrían presentado antes que el pelotón. La tormenta nos alcanzó nada más salir y se debió de sentir a gusto encima de nosotros, porque no nos abandonó hasta la última hora de la carrera. Agua y más agua. Irónico, viendo el paisaje seco que nos rodeaba. Una carretera sinuosa, unas bajadas peligrosas y un pueblo, Pliego, en el que la carretera se había convertido en el cauce de un río. Motivos suficientes para que el pelotón echase el freno para salvaguardar nuestra seguridad. A veces, y no exagero, llegamos a meter los pies en los charcos a la hora de dar la pedalada.

Así que el interés que había en tirar abajo la escapada se diluyó con el agua. Me imagino la cara de rabia de Klier -igual que la mía- cuando vio en el horizonte la nube de la tormenta. No se imaginaba ni por asomo que aquella nube iba a ser su mejor aliada. Aún se lo estará agradeciendo.

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