Zabel, entre curvas, caídas y virus
El alemán gana en un final peligroso del que Freire se borró por precaución
A falta de cinco kilómetros, Óscar Freire era el décimo contando el pelotón por la cola. Es decir, a falta de cinco kilómetros, se vio que Freire se acogía al derecho a la pereza que reclamó el filósofo Paul Lafargue a finales del siglo XIX, cuando arremetió contra la locura del amor al trabajo; "la pasión moribunda hacia el trabajo", escribió. Freire, aunque seguía a pies juntillas las indicaciones de Lafargue, no pensaba en ellas. Lo suyo era más práctico, más concreto.
La llegada a Zaragoza era peligrosa y las ansias de ganar de los sprinters muy voraces. Las obras en Zaragoza han ampliado y modificado rotondas con una agilidad tremenda. Abraham Olano, diseñador del recorrido, reconocía que había cinco curvas más de las previstas cuando inspeccionaron el trazado. Ya a la entrada de Zaragoza, junto a las obras de la estación intermodal, un coche patas arriba, tras un accidente, invitaba a la extrema precaución. Y Freire, según confesó después, decidió que no era su día, que había muchos ansiosos de victoria, que él ya llevaba tres y que una costalada a estas alturas no era un buen prolegómeno para el Mundial. Así que a la cola. Aunque en todos los sitios cuecen habas y desde el final del pelotón vio una montonera que acabó con el belga Roessems (Lotto) adelantando al pelotón en una ambulancia en dirección al hospital con un fuerte traumatismo.
La cosa pintaba mal. La confusión reinaba en un pelotón que, ayudado por el viento de cola, rodaba a velocidad vertiginosa. Visto lo visto, Freire decidió que era mejor "perder tiempo que jugarse una caída" abriendo una oportunidad para los actuales subalternos, viejos conocidos en unos casos (Bettini, Petacchi, Zabel) o nuevos candidatos (Bennati o el vasco Koldo Fernández y Larrea).
Y en eso estaban hasta que el francés Gilbert (LFJ) pegó un arreón espectacular en una rotonda, un latigazo que más que estirar el pelotón casi lo rompe. Y se rompió por obra y desgracia de otra caída de las que se libraron poquísimos corredores, a los que designó como únicos candidatos al triunfo. Salvo Petacchi, Boonen y Freire, estaba el resto del comité. Todo resultaba confuso. Tan confuso que en la meta el australiano Davis levantó los brazos y Zabel, que pensaba que había ganado, se fue para el autobús convencido de lo contrario. "Davis lo celebró tan pronto que pensé que el equivocado era yo". No, era Davis, que cantó victoria antes de tiempo. El ganador fue Zabel, el absentista fue Freire, el equivocado Davis y los doloridos todos los que se cayeron además de Pereiro y Zandio, que hicieron los 176 kilómetros con fiebre, tras una noche infernal con gastroenteritis, fruto probablemente de un virus.
Un día antes de la decisiva jornada de hoy (52 kilómetros llanos contrarreloj que establecerán la primera selección antes de dos etapas pirenaicas), la carrera resultó un acto de confusión y peligro con la escapada habitual del día (García de Mateos y Ronsendo), que nació en el kilómetro cero y murió a siete kilómetros de la meta. No llegaron, pero no se cayeron, que no es poco.
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