Los trapos de Van Gogh
A falta de lienzo, el artista holandés pintó sobre manteles y paños de cocina
Cualquier superficie es buena cuando se tiene inspiración para pintar, y Vincent van Gogh, el prolífico y atormentado artista holandés, hizo suya como nadie dicha máxima. En 1889 y 1890, los últimos años de su vida, llegó a crear un cuadro diario. Y cuando las remesas de lienzos enviados por su hermano Theo se retrasaban, aprovechó manteles, e incluso trapos de cocina, para plasmar trigales, flores y jardines.
El uso de tan singulares telas ha sido constatado por Louis van Tilborgh, conservador del museo que lleva el nombre del pintor en Ámsterdam, que ha encontrado obras de esta clase en Holanda, en colecciones particulares y en el Museo de Arte de Cleveland (EE UU).
Las obras fueron creadas durante la convalecencia del pintor en un hospital de la Provenza
Van Gogh se encontraba en 1889 en la localidad francesa de Saint-Rémy, ingresado por voluntad propia en un centro psiquiátrico. Había recalado allí procedente de Arlés, donde se cortó un pedazo de oreja en un ataque de psicosis. Incapaz de montar un estudio por miedo a recaer, entró en el hospital.
La rigidez del entorno y de sus normas debieron de calmarle, porque en un solo año pintó 150 cuadros. En una carta remitida a Theo, marchante de arte en París, le pide un rollo de lienzo de 10 metros que tarda tres semanas en llegar. "Durante el estudio realizado con mi colega Meta Chavannes, del Museo de Bellas Artes de Boston, sobre la obra Barranco, pintada por Van Gogh sobre otra titulada Vegetación salvaje, comprobamos que al menos otros cinco cuadros fueron terminados sobre trapos de cocina o manteles. Sabíamos que utilizó cartón y papel cuando le faltaba dinero, pero ahora está claro que también buscó materiales aún menos convencionales", dice Van Tilborgh. Es el caso de Grandes plátanos, guardado en el Museo de Arte de Cleveland; Campos de trigo en un paisaje montañoso, del Museo Kröller-Müller, al norte de Holanda, y Rincón del jardín de Daubigny, del Museo Van Gogh de Ámsterdam.
"Ambos tienen los hilos cruzados y entrelazados en pequeños cuadrados propios de las telas domésticas", explica Van Tilborgh. Como el artista no pudo salir del psiquiátrico de Saint-Rémy, y cuando le abrieron la puerta fue para que accediera al jardín, "debe de tratarse de telas de la cocina del propio hospital", señala.
En 1890, bastante recuperado, Van Gogh se traslada a Auvers-sur-Oise, localidad en las cercanías de París. El lugar era muy adecuado para seguir cuidándose a la sombra de los círculos artísticos parisienses sin someterse a sus tensiones. En Auvers pintaría obras maestras como Cipreses, Lirios y Noche estrellada. Theo, siempre atento, le escribió alabando "un colorido como nunca antes habías conseguido". Aunque no logró vender un solo cuadro en vida, su buena racha no pasó inadvertida para el crítico Albert Aurier, que lo comparó con los simbolistas y los posimpresionistas. También expuso en el grupo de vanguardia belga Les Vingt y en el Salón parisiense de los Independientes.
La tranquilidad de 1890 se rompió poco después de una visita de su hermano para informarle de que se había quedado sin empleo y pensaba establecerse por su cuenta. El 27 de julio, quizá preocupado por el futuro de ambos, Vincent van Gogh se disparó un tiro en el pecho. Fallecería dos días después en brazos de Theo, al que legó una colección hoy imposible casi de asegurar dado su valor. "Una verdadera pena. Fíjese que aparte de la carga romántica de una muerte trágica y prematura, para 1901 ya había obras suyas en los museos europeos", lamenta el conservador.
Se dice que los artistas necesitan una década para hacerse famosos, y Van Gogh sólo consideraba buena la obra del último periodo. Por extraño que parezca, tal vez tuviera más miedo al triunfo que al fracaso.
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