"Lo de las obras y las nuevas carreteras es un escándalo"
Raphael vuelve a los escenarios con su última gira, pero antes hace un recorrido por su memoria de Madrid
Raphael dice que él es andaluz, de Linares (Jaén). "Me siento andaluz", asegura, "pero siempre he vivido fascinado por Madrid". Él llegó a Madrid con nueve meses hace ahora 65 años. Y cuando cuenta esta historia hace el gesto de acunarse: "Vine en mantillas". Madrid le ha visto crecer y le ha hecho "evolucionar", como él prefiere decir. Es la ciudad donde se forjó el artista histriónico y exagerado que ha creado escuela, "El Raphaelismo". Es el lugar en donde ha vivido las experiencias más determinantes de su historia, como el comienzo de su carrera; y otras a vida o muerte, como un transplante de hígado en el 12 de Octubre en 2003 que, no se cansa de repetir, "ha marcado un antes y un después".
"Me siento andaluz, aunque he vivido toda mi vida fascinado con Madrid"
"En esta ciudad falta un gran auditorio, porque el nuevo de El Canal es aún pequeño"
Raphael, el artista, vuelve a la capital Ahora: "...Que han pasado los años intensamente vividos, exprimidos, sigo en forma, no estoy cansado y tengo decidido retrasar el final", dice la canción que se ha convertido en el hit de su último disco, Más cerca de tí, con el que lleva de gira casi un año y con el que debutará el 14 de septiembre en el Telefónica Madrid Arena. Se la ha escrito uno de los máximos exponentes del raphaelismo, "y gran amigo", Enrique Bunbury.
Pero aunque vuelve a Madrid el artista, Raphael nunca se ha ido, o por lo menos, no del todo. Digamos que se ha alejado un poco, que ha huido del mundanal ruido y se ha refugiado en las afueras para disfrutar de la ciudad a horas intempestivas, "a deshoras", cuando el trabajo y los viajes se lo permiten. No para, ni quiere hacerlo: "Yo no puedo retirarme porque es mentira: a los tres meses vuelvo, esto es mi ilusión. Cuando no pueda, me tendré que ir porque lo que no voy a permitir nunca es que el público, que me ha hecho a mí, me vea mal".
No ha perdido el nervio, ajetreado, presumido, se le ve dispuesto a todo, mandando aquí y allá, controlando. Y en medio de la promoción de su disco y su actuación, de las sesiones de fotos en las que exhibe esa sonrisa hierática que le ha hecho famoso, de la preparación de la próxima grabación... le invitamos a dar una vuelta por su Madrid. Tendremos que hacerlo a través de sus recuerdos "porque lo de moverse de casa...", advierte un representante. No importa, buscamos a Raphael en su casa de la periferia y le pedimos unos minutos de relajación para que haga un poco de memoria.
Y aparece su primera casa en la ciudad: el tercer piso de un edificio en la calle Carolinas, cerca de Bravo Murillo, enfrente de la Iglesia de San Antonio. Allí es donde él empezó a cantar. En el coro de esa iglesia, "porque faltaba uno". El Palacio de las pipas, que "era el cine Montija (Bravo Murillo, 121), que valía una peseta, y por ese precio te veías la sesión doble todas las veces que quisieras, hasta la una de la mañana y todo el rato comiendo pipas", cuenta. Después aparece el Mercado Maravillas: "Porque un día se me cayó un billete, el único que teníamos, por las rendijas de una rejilla del suelo y no lo recuperamos nunca". Y "un recuerdo imborrable", su primera actuación a los siete años en el teatrito del Colegio del Pilar: "De payaso". Pero hay un lugar de Madrid en el que, según Raphael, se encontró con su vocación: "Enfrente del Metropolitano, donde había un descampado, instalaron un teatro portátil, con Josita Hernán y Anastasio Alemán que, con la compañía del Teatro Español, e hicieron allí La vida es sueño. Tenía 12 años pero ese día, que ya había ganado el festival de Salzburgo cantando pero que para mi cantar era como lavar, ese día descubrí que yo era artista y que lo iba a llevar a cabo". Y añade: "Fue esa cosa, esa sublime decisión, que dices: aquí". Imaginen ustedes mismos el gesto de Raphael que acompaña a esa última palabra de tono grave.
Ya convertido en "artista", como él prefiere definirse ("Lo de cantar nací con ello, no tiene mérito"), los escenarios cambian: El Teatro Calderón, el Reina Victoria, la Latina... donde le colaban los porteros y donde se hizo asiduo a espectáculos de flamenco y descubrió a uno de sus artistas preferidos: Manolo Caracol. "Yo iba y volvía andando hasta el teatro, a altas horas de la madrugada, porque no había con qué", dice frotándose los dedos índice y corazón con el pulgar. "A veces cogía en Quevedo una camioneta que se llamaba "La Golfa", para los últimos de la noche".
A los pocos años cantaba y actuaba con los mismos a los que admiraba. Cambió las butacas y los gallineros por las tablas y los telones de los escenarios de su vida. La semana que viene actuará de nuevo en esta ciudad, por la que ahora camina con timidez; en la que, asegura, "falta un gran auditorio porque el nuevo de Canal es aún pequeño"; donde una vez pensó en comprarse una casa cerca del "¿viaducto o acueducto?", y a la que ha dejado de ir en su propio coche porque esto de las obras y de las nuevas carreteras "es un escándalo".
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