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DESDE MI SILLÍN | VUELTA 2007
Columna
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Un día (casi) tranquilo

Todo hacía presagiar un día tranquilo. ¿Todo? Bueno, es verdad, casi todo. Todo no porque estaba presente el factor del viento, que inquietaba. No obstante, la previsión meteorológica hablaba de vientos flojos durante todo el día, que soplarían en dirección fronto-lateral a nuestra marcha.

O sea, que la salida en Reinosa fue tranquila, aunque, como los burros, manteníamos las orejas alzadas por lo que pudiese pasar. En nuestro equipo la consigna era pasar el día con calma. Después de haber trabajado -y haber ganado- en los días previos, nos tocaba, en la medida de lo posible, una pequeña tregua. Así que salimos dispuestos a no implicarnos en las escapadas a no ser que éstas fuesen muy numerosas. Y también a no desgastarnos para evitar que éstas llegasen a meta.

Los primeros kilómetros, una vez que la fuga prosperó, fueron de lo más tranquilos. Pudimos por fin disfrutar del paisaje, en este caso el que nos ofrecía el embalse del Ebro a nuestra derecha. Por cierto, cosa que no pudimos hacer el día anterior debido a la velocidad a la que circulábamos. Y eso que en aquella etapa (la que terminó en Reinosa) hicimos uno de los recorridos más bellos que se pueden hacer por el norte de la península. Descendimos hasta Panes por el desfiladero que arranca en el alto del Ortigueiro; luego subimos por el otro desfiladero, el que va camino de Potes; y giramos a la izquierda para enlazar los tres puertos de segunda del día, que daban acceso a unos verdes valles, cada cual más espectacular. Y como colofón, la panorámica desde lo alto del Puerto de la Palombera. Pero de todo esto prácticamente no vimos nada, y eso que el día era para disfrutarlo. Menos mal que yo ya lo conocía y de vez en cuando desviaba la vista para deleitarme, pero no demasiado, que corría el riesgo de descolgarme.

Pero todo esto fue anteayer, no ayer. Ayer era el día que parecía tranquilo pero que no lo fue. Porque la calma duró poco, exactamente hasta que salimos a la meseta burgalesa y el viento empezó a soplar con fuerza. En contra de nuestras previsiones. De ahí a la meta de Logroño faltaban todavía 100 kilómetros, pero puedo asegurar que se hicieron cortos.

Así que al final nos tocó trabajar. Un trabajo en situación de estrés, en una cabeza de pelotón en la que se acumula la tensión... y los nervios. Por suerte no vimos ninguna caída. Y al final pasó que rodamos tan rápido que cogimos a la escapada y claro, tocaba entonces ayudar a Freire, cómo no. Y el resto ya lo saben. Una vez más, Óscar fue el que se llevó el gato al agua. Y una vez más, soy yo el que me quedo sin adjetivos para describirle. Digamos que es lo que yo entiendo por un crack. ¿Hacen falta más explicaciones?

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