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Columna
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Gallarzy

Alberto volvió a levantar la mano en clase fuera de tiempo y a salirse de las prietas y sumisas filas correligionarias para ver que había de lo suyo, y una vez más le llamaron al orden por su falta de disciplina. Don Mariano no bajó de su tarima para darle un pescozón, sino que se limitó a calmar su intemperancia y su impaciencia con buenos modos, aunque los matones de la clase pedían mayores represalias. No era el momento -nunca es el momento en el PP- para pedir nada que no haya sido otorgado con anterioridad; el jefe propone y siempre se acata lo que dice el jefe y se vota al que el jefe ha dicho. Alberto quiere ser el número dos y aporta su exitoso currículo para apoyar sus peticiones, sabedor de que a la salida del aula le espera una buena; Acebes y Zaplana rondan por las esquinas con malas intenciones, y Esperanza Aguirre prodiga sus quejas y sus desdenes, y prepara un solapado contraataque a través de sus concejales, que son más suyos que de él.

Del centro puede saberse dónde está en un momento dado, pero no un poco después

Aunque el alcalde con su aquilatada estrategia haya iniciado su enésimo repliegue táctico, todos saben que volverá a intentarlo, y pronto, tal vez en esa convención fantasma propuesta por el aparato del partido y de la que el jefe, que todo lo sabe, dice que no sabe nada. Será una sorpresa, un obsequio de los suyos que servirá para ratificarle, arroparle y darle renovados ánimos en la batalladora campaña electoral en ciernes. Si pudieran le traerían, envuelto para regalo, quién sabe si envenenado, a Rodrigo Rato, su campeador dimisionario, que no llama a la puerta, que no levanta la mano ni la voz, sino que tal vez espera que le llamen y le aclamen y le reciban como agua de mayo en páramo desértico.

A la tercera será la vencida, o la derrota, porque nadie en el PP está tan convencido como Gallardón de ser el hombre imprescindible, el factor X que salvará al partido de la debacle cantada. Contra la crispación, Gallardón, el hombre que puede ser el Sarkozy, Gallarzy, del escenario que la derecha europea prepara para los nuevos tiempos. Sarkozy, un político neoconservador, clara contradicción de términos, que hace continuos guiños a la izquierda para escapar de las clasificaciones odiosas, Gallarzy ya hizo sus pinitos con Alicia Moreno, la responsable de Las Artes, y ha soportado tempestuosos ataques de los sectores más "con" y menos "neo" de su partido.

Hubo un tiempo en el que bastaba que un político dijera que no creía en las divisiones entre derechas e izquierdas, para saber que era de derechas; últimamente, la cosa está mucho más complicada, la duda crece, se sabe muy bien dónde está la derecha, tratando de escapar de las definiciones, pero no se sabe muy bien dónde está la izquierda, aunque todo indica que los socialistas se aprestan a combatir a los rivales en su propio terreno, la unidad insoslayable de España, la identidad nacional, la Patria y la Bandera, arenas movedizas pobladas de peligrosas y demagógicas alimañas.

Del centro, ese territorio virtual y cuántico donde reinan el orden y la moderación, puede saberse dónde está en un momento dado, pero no dónde estará un momento después, ni, muchas veces, dónde acaba de estar, de dónde viene, porque el centro se define siempre en función de donde se sitúan los extremos que son movedizos e inestables. Del Gallardón, centrista y moderado, que algunos quieren ver, se sabe que proviene de la derecha más rancia, de la santa alianza de Fraga, que es su mentor emérito y su patrocinador entusiasta, aunque su apoyo hoy pueda parecer más bien una rémora, pesada adherencia de un pasado olvidable. Gallarzy, como su modelo galo, quiere presentarse libre de ataduras y compromisos, abierto al pacto y al guiño, pragmático pero fiel a los intereses de la derecha capitalista, con perdón, a los que ha servido desde su infancia, y muy capaz, si llegara el caso, de llamar a filas al mismísimo Bono para encargarle un nuevo ministerio de Identidad Nacional a la francesa.

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