Las tijeras de Dino
No siempre los recuerdos de un partido de baloncesto vienen de la mano de triunfos para la historia, grandes canastas, actuaciones memorables, un error decisivo o algún descubrimiento de una futura estrella. El Europeo de Francia 83 tuvo una buena ración de todo esto. Italia se llevó el oro y España ganó la plata gracias a un canastón de Epi en la semifinal frente a la supuestamente imbatible URSS. Corbalán fue elegido el mejor jugador del torneo y apareció por primera vez un chaval con el pelo rizado que jugaba muy poco, pero que, si le veías entrenarse, te dabas rápidamente cuenta de que la iba a liar. Nombre: Drazen Petrovic.
Muchas cosas para el recuerdo, pero ninguna tan impactante como lo que ocurrió en el partido que enfrentó a Italia y Yugoslavia. Habiendo perdido por un punto frente a Italia (Corbalán, después de una portentosa actuación, erró un pase que fue definitivo) y vencido por la misma diferencia a Yugoslavia (Radovanovic tuvo un palmeo ganador cuando faltaba un segundo que se salió milagrosamente del aro), España estaba clasificada para las semifinales y convirtió el enfrentamiento entre nuestros dos rivales en un todo o nada.
No sé si italianos y yugoslavos se han llevado alguna vez bien, pero puedo asegurar que en aquella época se odiaban hasta extremos insospechados. La verdad es que, unos por una cosa y otros por otra, lo del fair play no solía ir con ellos. Gente como Slavnic o Kikanovic no pasarán a la historia como caballeros del deporte (no me extraña que Petrovic saliese así con esos maestros) y la banda de Meneghin y Sachetti (tremendo y genuino leñero italiano), en otro estilo menos maleducado, pero igual de marrullero, también se las traía.
El caso es que, con tanto en juego y aquellos protagonistas, el partido era de los de cuchillo en los dientes. Hasta que Italia cogió una buena ventaja en el segundo tiempo. No recuerdo bien quién encendió la mecha, pero sí dos imágenes de la tremenda trifulca que se formó. Una, la de Kikanovic y Slavnic subidos en la primera fila de mesas (la de los periodistas) arreando patadas a todo el que se les acercaba. Otra, inolvidable, a Grbovic cogiendo unas tijeras del botiquín y amenazando a Meneghin, que, por otro lado y de forma muy tranquila (al gran Dino unas tijeras no le iban a poner nervioso), le miraba como diciendo: "Deja ya de hacer tonterías, niño".
No hubo expulsados, quizás porque habría que haber echado a todo el mundo, y el partido, o lo que fuese, pudo acabarse entre todo tipo de lindezas. Italia ganó y Yugoslavia quedó eliminada.
Hace dos años, en el homenaje a Djordjevic, Grbovic regaló a Meneghin unas tijeras en memoria de aquella pelea. Y es que el tiempo lo cura todo.
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