Una ciudad desmantelada
Acaba de derribar el Ayuntamiento de Alicante el edificio de La Isleta -como ya conoce el lector- y la primera pregunta que hemos de hacernos es qué ha ganado con ello la ciudad. ¿Ha mejorado estéticamente Alicante sin la presencia de La Isleta? ¿Es hoy la Albufereta un lugar más bello, más moderno, más atractivo, más seguro, sin esa construcción? Claro está que las razones para demoler La Isleta no eran tanto de orden estético como práctico. A juicio de la concejala de Urbanismo, el edificio entorpecía el tráfico, al impedir que los vehículos circularan con la debida fluidez. Demolida La Isleta, suponemos que los vehículos fluirán mejor. ¿Se han solucionado con ello los problemas del tráfico en Alicante? Me temo que la cuestión sea algo más compleja.
Cuando, meses atrás, se anunció que el Ayuntamiento derribaría La Isleta, en la ciudad se produjo una cierta polémica, como es habitual en estos casos. ¿Debía derribarse el edificio? Durante algunas semanas, la prensa publicó los escritos de quienes se mostraban a favor o en contra de su conservación. Los arquitectos fueron quienes más pelearon por mantener en pie La Isleta. Defendieron la calidad de su arquitectura, rescataron los planos originales de la construcción, reivindicaron su valor histórico. Nada de esto fue suficiente para convencer a quienes no veían ningún mérito en la obra. "Si se tratase de un edificio realmente importante, deberíamos conservarlo pero, dado que no es así, lo mejor es derribarlo para que no entorpezca el tráfico. La ciudad no puede detenerse", argüían estas personas.
Cada vez que se produce una situación semejante -lo que en Alicante sucede con cierta frecuencia-, uno escucha el mismo argumento: a los edificios alicantinos les falta calidad. ¡Qué le vamos a hacer! Gracias a la fórmula, empleada generosamente, se ha podido derruir sin contemplaciones media ciudad. Es cierto que Alicante carece de una arquitectura notable, pero no son únicamente los edificios singulares los que dan carácter a una ciudad. Una ciudad es algo más que la suma de obras arquitectónicas extraordinarias. Es, sobre todo, la memoria de las generaciones que habitaron en ella, el diálogo que sus habitantes de hoy establecen con el pasado, y el respeto que debemos a quienes nos sucederán. Si falta ese diálogo, si no se produce ese respeto, tendremos calles, plazas, espléndidas avenidas para que fluya el tráfico, pero no existirá la ciudad. De haber conservado la mayor parte de las construcciones sin aparente valor que derribamos, Alicante disfrutaría hoy de una condición muy superior a la actual.
Hace algún tiempo, Juan Antonio García Solera, uno de los arquitectos alicantinos más significados, hombre de gran sensibilidad, publicó un artículo en la prensa, titulado Réquiem por una ciudad. Conviene recordarlo ahora, cuando una concejala de Urbanismo (¡) acaba de derribar La Isleta. "Tenemos una ciudad desmantelada, colmatada y rota, sin lenguaje ni estilo, donde el ánimo depredador ha hecho que perdamos nuestras señas de identidad. Entristece deambular por ella y ver sus calles sin atractivo, con fachadas que han perdido su unidad, o la más emblemática como es la Explanada -que siempre fue nuestra carta de presentación-, anulada su condición de bulevar y convertida en un espacio que no sabe bien qué es; todas bajo el denominador común de su olvido y pérdida de vitalidad". Desde que García Solera escribió esas palabras tan precisas, las cosas, en Alicante, no han dejado de empeorar.
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