_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El temor a las finanzas

El temor a las finanzas está en marcha. La desconfianza hacia personas muy bien remuneradas que trabajan detrás de una pantalla de ordenador haciendo algo que no parece productivo está por todas partes. La opinión generalizada indica que esto es injusto. Como dijo Franklin D. Roosevelt, debemos bajar a los "cambistas de dinero" de los "elevados escaños que ocupan en el templo de nuestra civilización". Por supuesto, en las finanzas mundiales presentes hay mucho que temer. Su escala es abrumadora. El McKinsey Global Institute calcula que los activos financieros mundiales hoy son más de tres veces superiores al PIB mundial, una proporción que triplica a la de 1980 (frente a sólo dos tercios del PIB mundial después de la Segunda Guerra Mundial).

Regulemos los mercados para que los legos que invierten no salgan esquilmados. Pero no cometamos el error de temer demasiado a las finanzas

Pero en nuestro sistema financiero actual se crean cosas importantes. Pongamos por caso los tres billones de euros en fusiones y adquisiciones que se han producido este año, a medida que las empresas compran o escinden filiales o secciones con la esperanza de obtener sinergias, capacidad de mercado o una mejor gestión. Los propietarios que venden estos activos obtienen unos 600.000 millones de euros en relación con el valor de sus activos antes de la fusión. Los accionistas de las empresas perderán unos 225.000 millones de euros de valor de mercado cuando los inversores interpreten la adquisición como una señal de que los gestores son entusiastas y descontrolados constructores de imperios y no fideicomisarios de mirada despiadada que maximizan la rentabilidad para los inversores.

Parte del beneficio neto de unos 375.000 millones de euros en el valor de mercado mundial es una transferencia destructiva de los consumidores a los accionistas a medida que las empresas adquieren más poder monopolístico. En parte es una mejora de la eficacia que obedece a una mejor gestión y a operaciones de escala más apropiada. Y en parte es un sobreprecio pagado por quienes se vuelven irracionalmente entusiastas cuando las empresas consiguen salir en las noticias.

Si cada uno de estos factores equivale a un tercio del beneficio neto se extraen varias conclusiones. En primer lugar, en cuanto observamos fuera de las transferencias realizadas dentro del sector financiero, los efectos mundiales de esta porción de las finanzas suponen un beneficio de unos 250.000 millones de euros debido al incremento del valor real para el accionista derivado del aumento de los beneficios futuros esperados. Una pérdida de 125.000 millones de euros se puede atribuir a los futuros salarios reales, porque las familias acabarán pagando márgenes más elevados a las empresas con mayor capacidad de mercado. Por lo tanto, el beneficio neto es de 125.000 millones de euros netos de valor social añadido en 2007.

La segunda conclusión es que los beneficios brutos de los ganadores (quizá 600.000 millones de euros derivados de las fusiones y adquisiciones de este año) superan con creces los 125.000 millones aproximados de beneficios netos. Los inversores deberían conocer los riesgos y las probabilidades, ya que pueden acabar entre los perdedores de los otros 475.000 millones de euros. Por ahora hay pocos signos de que lo hagan.

Por último, a las finanzas les interesan desde hace tiempo los monopolios y los oligopolios estables con altos márgenes de beneficio, mientras que a la ciudadanía le interesan los mercados competitivos y con márgenes bajos. Cuanto más escéptico sea uno respecto a la capacidad de la política antimonopolística estatal para frenar las consecuencias del creciente poder de monopolio causado por las fusiones y las adquisiciones, más debería buscar otras fuentes para contrarrestar ese poder (lo que significa un impuesto sobre la renta progresivo) para compensar cualquier acrecentamiento de la desigualdad de renta.

Los fisiócratas del siglo XVIII creían que sólo los campesinos eran productivos y que todos los demás estaban privando de algún modo a los agricultores del porcentaje justo que les correspondía. Los marxistas del siglo XX creían lo mismo respecto a los obreros fabriles. Ambos se equivocaban. Regulemos los mercados financieros para que los legos que invierten no salgan esquilmados. Pero no cometamos el error de temer demasiado a las finanzas.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_