Fin de vacación
MOVIMIENTOS en el interior de los partidos, aparición de candidatos autopropulsados, cambios de alianzas en perspectiva: el panorama político en el comienzo del nuevo curso y con las miras puestas en las elecciones generales es todo lo contrario de un mar en calma. Todo o, mejor, cualquier cosa puede ocurrir.
En el partido del Gobierno, los estragos que pudo haber ocasionado la frustración de las expectativas levantadas, al comienzo de la legislatura, con el estatuto de Cataluña y el fin de ETA o, más recientemente, con la promesa de que en Navarra se haría lo que los navarros quisieran, se han contenido bajo la apariencia de unidad y disciplina. Pero el intangible valor de la credibilidad del gobernante quedó deteriorado con el insólito cambio de alianzas en Cataluña y las vacilaciones, seguidas del orden y mando, en Navarra. En ambos casos, lo que se puso de manifiesto fue la consolidación, en las comunidades con presencia de partidos nacionalistas, de intereses divergentes entre la organización central del partido y las organizaciones territoriales. ¿Qué habría pasado en el PSOE si los socialistas navarros, como antes los catalanes, hubieran desobedecido las órdenes de Madrid?
No está nada claro, por eso, que las promesas finalmente defraudadas no vayan a pasar factura en los próximos meses, por más que los estrategas del corto plazo se esmeren ahora en presentar una nueva imagen manufacturada en las factorías del marketing electoral y transmitidas en un discurso de fuerte sabor españolista. Los socialistas no tienen claro si aliarse o no, ni con qué clase de nacionalistas, en las diferentes comunidades autónomas; a cambio, parecen haber llegado a la conclusión de que hay que aplicarse a la tarea de... ¡construir la identidad nacional española! España, España, vieja nación preñada de naciones, ¿qué será de España cuando salga de ese instituto de belleza en el que un grupo de jóvenes esthéticiens se afanan en inyectar toneladas de botox bajo su arrugada y sufrida piel? Mira que venirnos a estas alturas con la ocurrencia de la construcción nacional...
Mientras los socialistas emprenden este giro simbólico, los populares no acaban de romper las ataduras que les mantienen bloqueados en la fatídica fecha en que perdieron el poder. El candidato a la presidencia ha dejado pasar, una tras otra, todas las oportunidades servidas en bandeja por el Gobierno para morder un trozo del pastel que adorna el centro de la mesa. La obsesión vindicativa le ha impedido mirar al futuro y formular propuestas atractivas para la amplia clase media que constituye hoy el tronco de la raza. Una clase media que vuelve ahora de sus vacaciones por el ancho mundo, después de montar, por donde quiera que pasa, el griterío propio de nuevos ricos, de gentes eufóricas, ansiosas de afirmar una presencia, de que se note que por fin pueden los españoles entrar en restaurantes europeos, americanos, chinos, tailandeses, armar barullo y sacar luego la tarjeta de crédito o el fajo de billetes sin pestañear ante la factura. ¿Cómo va a ser que esa clase media mire hacia atrás con ira, como pretende el PP, si en esta legislatura le ha ido de perlas, sin sus viviendas -su bien más pre-ciado- han triplicado su valor y alcanzado por fin la altura de los países de nuestro entorno?
Con estos dirigentes del PP no se trata de credibilidad, sino de fatiga, de cansancio: han invertido todo su capital en el 11-M, en ETA, en España-se-rompe, y han asistido atónitos al desplome en bolsa de esos valores. Nada tiene de extraño que el anciano de la tribu aconseje preparar las sucesiones, dicho así, en plural, porque, en efecto, son sucesiones lo que habrán de preparar. Lo malo es que las sucesiones, en los partidos, salen mal: mal salió la telecomandada de los socialistas en la crisis de los noventa, y mal salió la digital de los populares hace cuatro años. Por más que seamos ricos, no somos aún como los británicos, capaces de arreglar con cierto decoro el cambio de inquilino en Downing Street. Aquí nos esperan noches de largos cuchillos: la santísima trinidad Rajoy-Zaplana-Acebes no abrirá solícita las puertas del paraíso a los hijos pródigos que pretenden representar ahora a esa nueva clase media y que alzan la voz reclamando un "destino nacional". ¿Alguien imagina a Rajoy manejando una gresca entre Acebes y Ruiz Gallardón?
Un PSOE que se dispone a sacar brillo a la E de España; un Partido Popular en trance de parto de sucesores: ante tal panorama, a los partidos nacionalistas les llega la hora de la definición. Pero cómo llevar esa definición a buen puerto sin que se resquebrajen viejos mitos es algo que habrá que ver.
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