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Columna
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Madrid, poca cosa

Uno de los problemas de Madrid consiste en que el PP ha destinado a su Gobierno a muy notables figuras y Madrid se les queda corto, como poca cosilla; no se resisten por ello a poner sus talentos a disposición de España toda. Deberían tener, no obstante, una cierta sensibilidad en este proceder, que puede llegar a percibirse como una manera arrogante de hacer de menos a Madrid, con la consiguiente repercusión en el nacionalista castizo, que lo hay, o en el madrileño orgulloso de su pequeña patria. Por eso, de la pública aspiración de Alberto Ruiz-Gallardón a ser diputado en las próximas generales le interesó más a uno la explicación veraniega de que el alcalde quería de ese modo dar voz a Madrid en el Congreso que cualquier otra intención de apoyo a Mariano Rajoy o de salvación del Partido Popular. Se trataba en principio de una estrategia puramente municipal. Y no es mala voz la suya -Gallardón sería sin duda un excelente parlamentario- para que a Madrid se le oiga en las Cortes. Claro que sentarse en el Congreso no significa necesariamente tener voz. El hemiciclo está lleno de mudos oyentes y no veo al bien educado Gallardón pataleando en nombre de Madrid en una Cámara en la que no siempre los que hablan son los mejores. Pero no hay que negar honradez al alcalde al querer llenar sus horas libres, que al parecer las tiene, en ocupaciones parlamentarias. Nos demuestra así que podríamos contar sin más problema con alcalde o presidenta a media jornada. No supone un gran ahorro, pero tenemos al menos la tranquilidad de que el pobre Madrid no da trabajo. O que, una vez repartida la labor entre concejales y consejeros, más la costosa ayuda de numerosos asesores, un municipio o una Comunidad andan solos. Y es que, por lo que a Madrid afecta, y ante la notoriedad que logran sus gobernantes en el deseo de servir a España y al PP, como si España y el partido fueran una misma cosa, cualquiera diría que les sobra tiempo y que ni el Ayuntamiento ni la autonomía exigen muchas horas de desvelos. Habrá madrileños, sin embargo, que gustarían de ver a su alcalde de presidente del Gobierno de la nación. Pero esos deben entender poco, por lo mucho que lo admiran, que se ofrezca de segundón, es decir, de cirineo, para ayudar a Mariano Rajoy a cargar la cruz de su calvario. Sobre todo cuando Rajoy le repite que le sobran los cirineos, que él no carga cruz alguna y que camina tranquilo a la gloria del brazo de ángeles tales como Acebes, Zaplana y Esperanza Aguirre, por ejemplo. Menos mal que en Acebes tiene Madrid a un defensor que ordena al alcalde dedicarse a lo suyo con una especie de "zapatero, a tu zapato", aunque ahorrándose la palabra zapatero que tiene para él connotaciones diabólicas. No obstante, no sería la primera vez que un alcalde de esta ciudad es a la vez diputado: ya Tierno Galván contó con un escaño y su sola presencia era una postal de Madrid. No hay que tener en consecuencia ningún complejo a la hora de exhibir como privilegio de Madrid su condición de capital del Reino de España para que su alcalde esté en las Cortes, que las tiene a un paso de su despacho. Otra cosa es que los otros alcaldes del Reino admitan esa diferencia, y que pueda llegar a correrse el riesgo de que cunda el ejemplo y todos los envidiosos regidores de grandes ciudades se propongan dar voz a sus municipios en la cámara. Así lo vio con prontitud Esperanza Aguirre, que tiene entre sus experiencias más recientes la de presidenta de los senadores. Fue ella la que le recordó generosamente a Gallardón que la cámara territorial es el Senado. Lo que pasa es que Aguirre ha contribuido, con el mismo gran celo que su partido, a que el Senado sea la cámara inútil, la cámara de las colocaciones partidarias, y no lo que nunca ha llegado a ser: la de los territorios. Y no ignorando esto tal vez aspire a ver sentado a Ruiz-Gallardón en el Senado como material de derribo político.

Todo eso, en cualquier caso, tiene que ver, más que con Madrid, con los intereses de poder que pueden llevar a Madrid a cierto abandono o a convertirla en una mera plataforma de las ambiciones de aquellos a los que el espacio de Madrid que más les interesa es el periférico palacio de La Moncloa. O sea, más de lo mismo: mientras se habla de los partidos y de sus ilustres dirigentes se deja de hablar de nuestros problemas de insignificantes ciudadanos.

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