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Crítica:FERIA DE BILBAO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Apoteosis del Cid y Victorino

"Con sus ojos muy grandemente llorando / tornaba la cabeza y estábalos mirando /(...) Suspiró mío Cid triste y apesadumbrado./ Habló mío Cid y dijo resignado:/ "¡Loor a ti, señor Padre, que estás en lo alto! Esto me han urdido mis enemigos malos".

Así salía El Cid -el de Vivar- de Burgos, con sus mesnadas de a pie y de a caballo, camino del destierro a rendir plazas variadas. Al menos eso dice el poema. Por lo que se ve iba traspasado de dolor y con inusitada expectación. No sabemos qué dolor comprimía al otro, pero la expectación fue la misma que ayer rompió a aplaudir cuando El Cid -el de Salteras-, con sus cuadrillas de a pie y de a caballo, salió a rendir la plaza de Bilbao. Me pareció notar que el diestro, antes de iniciar la gesta, miraba de reojo a lo alto y murmuraba, como entonces: "Esto me han urdido mis enemigos malos". Sin embargo lloró de alegría.

Victorino / Cid

Toros de Victorino Martín, bravos y con casta: fueron al caballo, se aplaudieron 1º, 3 º -que buscó con peligro-, 4º y 5º, que fue excelente. Manuel Jesús El Cid: Media -aviso- (saludos); pinchazo hondo, media y descabello (saludos); estocada -aviso- (oreja); estocada desprendida (oreja); pinchazo y estocada (2 orejas); media y descabello (palmas). Plaza de Vista Alegre, 25 de agosto. 8ª Corridas Generales. Lleno. El Cid, a hombros por la Puerta Grande.

Había saludado Cid en sus dos primeros toros, un encastado que embestía alegre, jugando alrededor de la montera, como en una rayuela virtual y oscura, y un reservón que buscaba, e impuso un ritmo seco cuando los naturales iniciaban el vuelo.

Y salió Moruno, que dobló las manos cuando planeaba en el capote y temblequeó en la puya. Muy suave, lo fue Cid templando y vio que, dócil y humillando, respondía a las curvas que le trazaba. Cercano, festejaba por el derecho el misterio de la fiesta brava. Y así cumplió en el otro, donde Cid, ya muy a gusto, durmió el aire leve por el que volaba tras la tela el toro. La armonía de la faena relajaba la tarde y alegraba los ánimos sin abrasarlos -frío el público- en labor enjundiosa, bien abrochada y firmada con trincherillas y culminada en estocada. Tal frialdad estalló, con retraso, en el 4º, cuando Cid, lidiador, lo llevó al centro. Dos pares de banderillas excelentes levantaron la liebre. Acudió el bicho de lejos a la llamada, se iba en los vuelos, sin rematar abajo, mirando, iniciando con aire a más distancia. No era para descuidos, y en uno lo sentó en la cuerna, pero su pundonor torero le contestó con dos series de naturales dominadores y reposados. Cuando cayó, la frialdad estaba rota.

El cárdeno Veranero era el esperado. Aplausos de salida, en la media, cuando acudió largo a la segunda vara, en las trastabilladas verónicas ceñidas del quite... Pedía Cid quietud con la otra mano -¿al toro, al público, a sí mismo?- y se concedió. Muy pausado, cruzado, a medio pecho, se lo llevó escondido en la tela, celoso en la embestida, alegre como chispazo. Fuego lento, carbón en la brasa roja de la muleta. La trinchera de oro, los aplausos de ánimo tras pinchar, la estocada... el delirio... el llanto sentado en el estribo... las orejas...

Y aún hubo un 6º cornalón en quien las verónicas morían, la media sollozaba y al que, vencidas las intenciones de su casta, le hizo seguir los flecos que barrían, a izquierda y derecha, la arena quemada de Bilbao en tarde de locura, que es estado de gracia en el toreo.

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