El maratón es para los de casa
Los nipones son los grandes favoritos de la prueba reina, que arranca a las siete de la mañana para evitar el calor y la humedad
Las adolescentes se deslizan por el agosto de Osaka divididas entre la necesidad y la ironía, cubiertas con paraguas, parapetadas con guantes y dispuestas a todo para evitar el sol y sus rayos mortificantes. En los alrededores del estadio Nagai se ofrecen cientos de botellas de agua. La humedad y el bochorno transforman las camisetas en trapos pegajosos. Y, en medio del horno, de las nubes sofocantes, oro, plata, bronce y 42.195 metros de sufrimiento. Osaka, que alterna la calima con las lluvias torrenciales, acoge hoy el maratón desde las siete de la mañana, medianoche en España, para evitar en lo posible el calor. Y la prueba, son las cosas del destino, se siente como en casa.
El favorito de la carrera no tiene nombre. Tiene nacionalidad. "Los japoneses", sueltan casi al unísono los cuatro representantes españoles en la distancia mágica del atletismo: Julio Rey, subcampeón mundial en París 2003; Chema Martínez; José Ríos y Óscar Martín. "El clima les favorece. No necesitan ningún tipo de adaptación", dicen. Los japoneses han hecho del maratón, la distancia que tanto ha aportado a la épica del atletismo, un templo. El templo, por supuesto, tiene sus dioses. Y los dioses, el recuerdo de un gran momento que adelantó hace 16 años lo que hoy vivirán los maratonianos en Osaka.
Ocurrió en 1991. Los Mundiales, como ahora, se disputaban en Japón. El maratón, como ahora, se corría a nivel del mar. La prueba venía marcada por el calor y la humedad de Tokio. Fue una carrera agónica, lenta y dolorosa. Uno de los puntos más amargos en la trayectoria profesional del italiano Gelindo Bordin, el favorito destronado. Sobre la marca discreta del ganador -2h 14m 57s- se construyó el mito del padre del maratón japonés.
Hiromi Taniguchi venció pese a sus problemas cardíacos y, un año después, acrecentó su leyenda de fondista al quedar octavo en los Juegos de Barcelona tras perder una zapatilla. Sachiko Yamashita provocó un terremoto aún más grande: ganó la plata en Tokio, se convirtió en la primera japonesa en lograr una medalla en 63 años y, sin saberlo, inició una larga tradición de maratonianas. Todas pequeñas e inflexibles; duras e intratables; campeonas olímpicas y mundiales. Desde hace décadas, el maratón reina en Japón. Y desde hace 16 años, se sabe cómo va a ser la carrera del sábado: bullanguera en las aceras, con el público entregado. Dura sobre el asfalto, para tipos malencarados y que se hayan preparado a conciencia.
"Yo me he estado entrenando 21 días a 1.800 metros en Navacerrada, 33 a 2.300 en Sierra Nevada, y también al nivel del mar, con 28 grados de temperatura y un 70% de humedad", resume Chema Martínez, que se conoce al dedillo el recorrido y sus repechos, los kilómetros 15 y 25, mojones que marcarán el momento en el que se separe el grano de la paja.
Julio Rey, que lo ha preparado todo con mil ojos, también. Él, además, sueña. La humedad nunca le sirvió de aliada. Sus últimos resultados, tampoco. Y menos aún las molestias que arrastra en los isquiotibiales. Rey, maniático como es, ya se ha hecho las mechas en el pelo; ya ha visitado con flores a los seres queridos que le faltan; ya ha preparado su ropa fetiche; y ya habla del impulso extra que le da salir con el dorsal número uno. No descarta "luchar por las medallas". Y, aunque ha tenido "algunos problemas", "en el último mes y medio he hecho buenos entrenamientos". Son las cosas de Rey, que escucha atento los recuerdos de Pepe Ríos, un atleta "sin excusas". Su historial de percances y lesiones es desalentador. Su moral, optimista. Toca correr bajo las circunstancias extremas de Japón. Y ahí se ha proclamado dos veces campeón en Otsu.
Osaka ya tiene su gran maratón. Y Óscar Martín, el campeón de España, disfraza el infierno en cinco palabras. "Será una carrera por eliminación". Al decirlo, Martín no habla del calor; ni de la humedad, de entre el 70% y el 80%; ni de los calambres en las piernas; ni de la armada de maratonianos japoneses; ni del flato traidor o el ácido láctico traicionero. Martín prefiere guardar fuerzas y ahorrar palabras.
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