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Filósofos en Pekín

Víctor Gómez Pin

"Además de las formas de sociedad que comparten con los animales, los humanos tienen cosas como moneda, propiedad, gobierno y... congresos de filosofía", dijo con humor el pensador americano John Searle en la conferencia que clausuró el encuentro filosófico que se acaba de celebrar en Pekín. La inauguración del mismo, exactamente un año antes de los Juegos Olímpicos de 2008, coincidió con las pompas tendientes a conjurar los malos augurios (polución de la ciudad en primer lugar, quizás exagerada) que algunos vierten sobre este acontecimiento. Reunión de filósofos que, dóciles ante una obligada excursión, se sorprendieron al ver que el Libro Rojo de Mao (en su día objeto de tanta controversia "dialéctica") se vende entre baratijas a lo largo de la intransitable Gran Muralla, como se vende la camiseta con la imagen de Che Guevara en la no menos intransitable Rambla barcelonesa.

¿Quiere ello decir que el Gran Timonel es ya, en China, una mera reliquia? Difícil asegurarlo: la imagen de Mao está en los billetes de banco y la epopeya de la Larga Marcha es cotidianamente evocada, con elevado lirismo, en cadenas de televisión. Lo único claro es que el país se halla sumido en una modalidad de contradicción no prevista en la teoría maoísta, a saber, la "coexistencia" de la fidelidad al ideario colectivista y la entrega al liberalismo económico más desenfrenado. Este tipo de polaridades se traduce incluso en la presentación formal del evento que nos ocupa. Pues tratándose del congreso oficial de una división de la International Union of History and Philosophy of Science, ha contado con el muy significativo auspicio de la Sociedad China para la Dialéctica de la Naturaleza. Una terminología de resonancias ortodoxas en el marxismo-leninismo (teoría que, no lo olvidemos, el Libro Rojo pretendía precisamente fertilizar) e institución filosófica difícilmente homologable en el mundo académico de los países representados en el encuentro, con descontado papel relevante de los Estados Unidos. Pues si John Searle clausuraba el congreso, el hoy también ciudadano americano Adolf Grunbaum pronunciaba la conferencia inaugural. Entre ambos, ponentes de muy diferentes países (España entre ellos), aunque con significativa ausencia de países africanos, la mayoría de los asiáticos y muchos de la Europa no comunitaria y de América Latina. Ausencia por razones tan obvias como escandalosas, por cierto que sea que no hay solución viable (la simple inscripción en el congreso supera el sueldo mensual de universitarios de múltiples países) y que pone en entredicho el grado de representatividad de las instituciones académicas internacionales. Para un filósofo de la Biología, por poner un ejemplo, de los países evocados la imposibilidad económica de unirse a sus colegas constituye una marginación objetiva y una suerte de herida simbólica.

En cualquier caso, aunque centrado en problemas de filosofía de la ciencia y de lógica, el congreso se amplió a múltiples temas que lo convirtieron en acontecimiento filosófico en el sentido genérico del término.Pues hubo debates sobre cosmología, sobre las relaciones entre ciencia, filosofía y sociedad, sobre el lazo conocimiento-educación, así como un simposium especial sobre Freud y otro sobre el auténtico peso de Internet en el trabajo científico. Y si Grun-baum retomó la pregunta "¿Por qué hay universo y no simplemente nada?", las sesiones en torno a la Mecánica Cuántica, por dar un ejemplo, pusieron de relieve que el soporte científico es magnífico peldaño para abordar con rigor las interrogaciones filosóficas más arcaicas, las ontológicas en primer lugar (Social Ontology fue de hecho el título de la conferencia del profesor Searle).

Fértiles debates, en este congreso de Pekín, que se prolongarán también en Asia el año próximo (puesto que Seúl es la ciudad elegida para el más genérico Congreso Mundial de Filosofía). Debates que se desarrollaron exclusivamente en inglés, pues la lengua china no era oficial y no había traducción ni siquiera en las sesiones plenarias, y ello por razones no tanto económicas como de principio. Asunto no trivial y que no cabe despachar con el argumento de que el carácter internacional de las instituciones académicas de peso exige una lengua común. Pues resulta, simplemente, no ser cierto que el dominio de la lengua inglesa esté asegurado entre los miembros de la comunidad académica de los diferentes países. Y en este caso la cosa llegó a rozar el escarnio, pues forzados a la comunicación pública, a veces entre ellos mismos, en una lengua que les resulta muy ardua, los ponentes chinos se hallaban objetivamente mermados y muchos de ellos acabaron por no asistir a las sesiones de debate y en algún caso renunciaron a la propia exposición. Por razones de alejamiento fonético y estructural respecto del inglés, el caso de lenguas como el chino no es homologable al del español. Pero el asunto también afecta a nuestro país, donde se está fraguando un proyecto (precisamente con apoyo de filósofos de la ciencia como Javier Echeverría) de generalizar la transmisión de la filosofía en español.

Las lenguas son intercambiables entre sí en potencialidad conceptual y, por ello mismo, equiparables en dignidad. Pero la información y sobre todo su monopolio las jerarquiza. La lengua china es, como tantas otras, una de las víctimas. Los filósofos del congreso que visitaron la Gran Muralla se sorprendieron al ver que, en lo alto de la montaña circundante, el eslogan en inglés "Un único mundo, un único sueño" dominaba el paisaje.

Es también una exigencia filosófica el elucidar si, en esta unicidad, el sueno se está o no convirtiendo en pesadilla.

Víctor Gómez Pin es catedrático de Filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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