La sabiduría de Ponce
Enrique Ponce empieza a ser un torero incalificable; quiere decirse que ha alcanzado tan nivel de sabiduría que resulta baladí enredarse en argumentos técnicos para analizar si su actuación alcanzó o no la calidad exigida.
Es un torero que no tiene nada que demostrar; se muestra sobrado, elegante, técnico, inteligente, y desparrama magisterio allá por donde va.
Da la impresión de que Enrique Ponce torea para él, recreándose, sin darle mucha importancia a su labor. Quizá, es que toreros como él nada tienen que demostrar a estas alturas...
El Ventorrillo/Ponce, Bautista, Gallo
Toros de El Ventorrillo, bien presentados, cumplidores en los caballos, encastados y nobles. Enrique Ponce: pinchazo y estocada trasera (oreja); pinchazo y estocada trasera (dos orejas). Juan Bautista: media y dos descabellos (ovación); estocada (oreja). Eduardo Gallo: pinchazo y estocada trasera (vuelta); pinchazo y estocada (silencio). Plaza de Almería. 21 de agosto. Segunda corrida de feria. Media entrada
Ayer, en su primer toro, un manso que lo puso en apuros con el capote y que llegó con dulzona nobleza y recorrido largo en la muleta, quedó claro que es diestro dominador de la situación. Todo su toreo por ambas manos derrochó calidad en mayor o menor medida, elegante, natural y, a veces, también, carente de profundidad, aunque los pases de pecho, de pitón a rabo, fueron monumentales.
Quizá, entonces, el problema resida en su magisterio. Conoce tan bien todos los secretos del toro y el toreo y ha disfrutado tanto el triunfo, que parece no importarle emocionar, acabar con el cuadro, que la plaza vibre con él... Torea Ponce muy bien, pero sin pasión... Y el público se queda con la miel en los labios. En una palabra, le falta pellizco. O no le hace falta, vaya usted a saber.
Pero eso ocurrió en su primero. Lo del cuarto fue otra película; y el toro, más encastado y codicioso. Y apareció Ponce el grande, majestuoso, perfecto y apasionado. Esta vez, sí. Embebió en la muleta la embestida, tiró de ella y dibujó naturales enormes, bellísimos, auténticas obras de arte; y tres circulares continuados que embelesaron a los presentes. Culminó su faena con ayudados preñados de elegancia y empaque, y sí, surgió en plenitud el pellizco de Ponce.
No es éste el caso de Juan Bautista y Eduardo Gallo, dos jóvenes con futuro que deben emocionar para que el camino se les allane, que tienen que profundizar en su toreo para dar ese aldabonazo que necesitan. Bautista se las vio primero con un bravo toro que apretó en el caballo y llegó con casta al tercio final. Y se entregó el toreo en las dos primeras tandas con la derecha y los muletazos surgieron largos y perfectamente ligados. Pero la emoción se esfumó pronto. El toro acortó su viaje y el torero no llegó a rematar su obra. Mucha casta y codicia derrochó el quinto y puso en dificultades al diestro, acelerado y con escaso temple. Poco pellizco y una oportunidad que suena a triunfo inalcanzado.
Poco le faltó a Eduardo Gallo para caer en el mismo defecto. Bregó por momentos con ceñimiento y templanza en el tercero, pero costaba un mundo que su toreo llegara a los tendidos. A la vista del problema, el torero se envalentonó, se dejó llegar los pitones a la taleguilla y se atragantó de toro. Pero pinchó, y el triunfó se redujo a una merecida vuelta. Pronto se apagó la mucha acometividad demostrada en el caballo del sexto, y Gallo no brilló nada.
Hoy: toros de Torrealta para Finito de Córdoba, José Tomás y José María Manzanares.
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