¡Jai-Yooo, Silver!
Lo primero fue la oscuridad. Pero mi primo me tomó de la mano y me fue conduciendo hasta que encontramos asientos y entonces fue la luz y, en medio de ella, El Llanero Solitario. Vestía de azul celeste, llevaba antifaz y montaba el caballo más hermoso que yo hubiera visto jamás. Pronto estaba enredado a puñetazos con un indio que le doblaba en tamaño pero no en inteligencia y que trataba de aplastarle la cabeza contra unos hierros afilados. Todo parecía perdido, pero El Llanero Solitario hizo no sé qué movimiento o llave, se libró y de una trompada dejó al otro fuera de combate. Yo acababa de ofrecerle a Dios la mitad de mi vida si lo sacaba airoso del mal rato y esto debió ayudar. El Llanero Solitario me miró y me sonrió.
El Llanero quedó asociado para siempre en mi memoria al momento mágico en que descubrí el cine
Salí de la sala ahogado. No hablé en toda la semana. Acababa de descubrir el cine y a sus héroes. Todavía no conocía los libros, pero sí a los personajes porque me los inventaba yo mismo, y aunque podía representármelos en la mente y conversar con ellos, no era comparable con el encuentro que acababa de sostener con El Llanero Solitario.
Éste existía al tiempo que no existía, era imaginado pero también tangible, y a mí me prefería a los demás muchachos del pueblo porque yo sabía de caballos y hasta vivía en paisajes similares a los suyos y me gustaban como a él las polvaredas rojas o amarillas que se levantan en los caminos. Me faltaba tan sólo la experiencia con los indios, aunque no con los malos y los abusadores, apreciaba a Toro y adoraba a Plata. Nuestra amistad, sin embargo, tenía los días contados. No porque yo estuviera a punto de conocer al Conde de Montecristo y a Sandokán en la biblioteca de la escuela, sino por la política.
El Llanero Solitario era norteamericano, como Anthony Quinn, y pronto triunfaría la Revolución y de Estados Unidos dejaría de llegarnos hasta El Llanero Solitario. Aclaro que Anthony Quinn no interpretaba al justiciero vaquero ni era norteamericano, no sé por qué lo he mencionado. Lo encarnaba un actor llamado Clayton Moore, quien murió a los 85 años casi confundido con su personaje.
El Llanero Solitario se fue, pero no de mi memoria, porque en ésta quedó asociado para siempre al momento mágico en que descubrí el cine. Sin embargo, cuando he contado la experiencia, nadie recuerda el momento aquel del vaquero, el indio y los pinchos afilados, y con tristeza terminé por creer que mi héroe preferido no formaba parte de aquel momento. Mas, de vez en cuando, Dios pone las cosas en su lugar, y un día avanzaba yo a toda prisa y retrasado por una calle de México, la verdadera patria de Anthony Quinn, cuando los ojos se me fueron hacia una carátula de DVD expuesta entre otras miles sobre la acera. "¡Jai-Yooo, Silver!", me saludó El Llanero Solitario.
No recordé en ese minuto que, por principio y bajo ningún concepto, compro yo películas piratas, y me detuve. "¿Cuántas va a llevar hoy, señor?", me preguntó el mexicano. "Solo ésta". La emoción apenas me permitió llegar al hotel, donde me puse a revisar el disco, porque una película pirata en México es todavía más pirata. Seleccioné cualquier escena y enseguida la pantalla del ordenador se iluminó con aquella del indio cuando trata de incrustar la cabeza del héroe en los pinchos afilados. Esta vez, el vaquero no necesitó que yo le ofreciera al Señor ni una semana de mi vida. En un santiamén se deshizo del atacante, levantó el rostro y me miró y sonrió como en los viejos tiempos, feliz de devolverme el instante en que me encontré con el cine.
Aquí termina la historia, sólo que oigo una risita burlona y escucho en un inglés un poco mexicano que me preguntan: "¿Pero no era yo tu personaje preferido del cine y la literatura?". Es mi amigo Zorba el Griego en la versión de Anthony Quinn. Supongo que me habré puesto colorado hasta la raíz del cabello, como se dice.
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