_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Intriga en la verbena

La semana pasada es la que más verbenas concentra durante el año en toda España. Madrid ha permanecido siete días en estado de baile y procesión. Eso es magnífico para la mayoría, pero no para quienes viven y pernoctan al lado de los festejos: o te sumas al jolgorio o te esfumas, de lo contrario estás expuesto a ataques feroces de ansiedad y misantropía. Hace años, los curas decían a la juventud que en las verbenas salían muchos muertos de sus tumbas, se camuflaban entre el gentío y danzaban. Incluso el mismísimo demonio se marcaba pasodobles disfrazado de galán para embaucar a los incautos. Esas tradiciones se meten en el alma y te acompañan toda la vida sin casi darte cuenta. Las verbenas son terreno abonado para licencias libidinosas y desatinos que rondan lo misterioso.

Existen leyendas orales en pueblos de Guadarrama y Somosierra que provocan inquietud en los ciudadanos. Un mancebo forastero se enrolla en el baile con una moza de 22 años. Al acabar la verbena, el joven acompaña hasta su casa a la chica, que vive con sus padres. Un pacato beso, una mirada ansiosa, un tierno adiós que es hasta luego. Horas más tarde, el mozo se percata de que tiene en su brazo la rebeca de la chica. Al día siguiente, loco de amor, acude a devolver la prenda a la muchacha. La madre de la susodicha le escucha y gime: "Joven, a mi hija la enterramos hace cuatro días, pero ésta es la rebeca con que fue amortajada". El mancebo se percató de que había estado la noche de palique con una muerta. Los familiares de la difunta la desenterraron y constataron que el cadáver de la desventurada estaba sin rebeca, pero que nadie había violado su féretro.

Imbuido por estos presagios, el jueves acudí con unos amigos a la verbena de la Paloma. Enseguida me percaté de que Isabel la Católica bailaba una cumbia sensual con el conde-duque de Olivares, y que me hacían guiños. Escapé como alma que lleva el diablo.

Las verbenas hacen daño, dan pena y se acaba por pagar. Además, están llenas de muertos. De todo lo cual se colige que, si usted vive en lugares cercanos a escenarios de fiestas, le conviene lanzar libelos y octavillas por doquier advirtiendo a los noctámbulos que la jarana verbenera está infiltrada por seres de otro mundo. Pero también tiene su morbo toparte con cadáveres de madrugada.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_