¿Quién es el dueño de la película?
El diálogo de Gonzalo Suárez y Ángeles González-Sinde sobre literatura y cine podría tener un tráiler cuya voz en off promocionaría esa relación como una historia de fidelidades y traiciones, homenajes y dudas, muertes y reinvenciones. Conveniencias. Sacrificio y placer. Alegrías.
P. ¿Quién es el dueño de la película, el guionista, el director o el productor?
Á. G.-S. Yo soy bastante radical. Si hablamos de autoría, es el que pone la primera piedra, en el sentido de derechos del papel, de la patente del invento. Otra cosa es la aplicación de esa patente. Si te preocupan esas cosas, lo mejor es que te dediques a algo con un único autor. El nivel de control en cine no es como en otras artes. Me da risa cuando se anuncia como "película de fulanito", porque habría que poner a otras 30 personas. Para mí, dirigiendo, el guión adquirió más valor. Me sorprendió que al final el guión no lo consultas mucho, pero lo tienes en la cabeza.
Sobre la verdadera autoría de la película, sus preferencias entre escribir libros, guiones o dirigir y sus adaptaciones favoritas
G. S. Prefiero no condicionarme por el guión. Me pregunto de qué va la película. El guión me estorba. Está el script para que los diálogos se ajusten, y mi memoria. Sobre el director, es verdad que hay gente a su alrededor, pero si de verdad dirige, no deja que se lo hagan todo. Los mismos técnicos trabajan con otros directores y salen otras películas. Él está para darle personalidad.
P. ¿Escribir libros, guiones o dirigir?
Á. G.-S. A mí me gusta dirigir. Fue un descubrimiento después de unos años de sólo escribir guiones, pero creo que es una profesión muy mitificada.
G. S. Dirigir no es lo más difícil. Lo difícil, como todo lo nuevo, es que haya toda esa confluencia, que tengas suerte, fortuna. El equivalente al fútbol cuando se marcan esos goles irrepetibles. Un buen director es como el árbitro que en el partido estorba lo menos posible.
Á. G.-S. Como el director de una orquesta, la gente cree que es un virtuoso con todos los instrumentos, pero no, para eso están los profesionales de la orquesta. El maestro tiene que saber, por ejemplo, qué es lo que no está sonando bien. Cada concierto cambia según quién lo dirige. Por eso es mucho más enriquecedor dirigir.
G. S. A mí me gusta rodar primero y escribir después. Ya lo he hecho.
Á. G.-S. Cuando diriges tienes ayuda. Cuando escribes, no sólo no tienes soluciones, sino que, cuando lo acabas, lo llevas a un señor, que te dice: "Le falta brillantez". La autoridad en la dirección también sorprende. El director habla y no te interrumpen. En cambio, como guionista, tu opinión es la última, no tienes autoridad.
P. Y no está muy bien pagado.
Á. G.-S. El problema del guión es que cuando trabajas aún no hay dinero porque el proyecto se genera cuando ya hay un guión. A partir de ahí se financia la película. Escribir guiones no es una habilidad tan fácil de desarrollar. Hay más especialistas en otras áreas. Es más difícil encontrar un buen guión que una buena novela.
P. ¿Qué libros adaptarían?
Á. G.-S. Un cuento de García Hortelano, Riánsares y el fascista. Pero no es fácil, y lo haría para que lo vean los niños. También pensé en The good Mother, de Sue Miller, pero ya está filmada.
G. S. Muchos. Me hubiera gustado El caballero inexistente, de Italo Calvino.
P. ¿Y qué adaptaciones les gustan?
Á. G.-S. Umm
... La insoportable levedad del ser, las de Irving, Lolita, de Kubrick; Brokeback Mountain, de Annie Proulx...
G. S. El tercer hombre, de Graham Green, porque el libro es posterior a la película, también con guión de Green, y un caso en el que podemos decir que la película es mejor que el libro.
Á. G.-S. Por definición, una adaptación siempre va a ser insuficiente, porque es un lector que impone su lectura a los demás.
G. S. La magia del cine es el poder convocar a los actores cuando quieres. Es la gran fiesta del espiritismo. El cine se parece cada vez más al boli y al papel. La literatura, paradójicamente, libera la imagen.
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