La guerra del piano enfrenta a todos
La competitividad del mercado pone a figuras como Joaquín Achúcarro a competir con sus discípulos
Joaquín Achúcarro (Bilbao, 1932) culmina su carrera internacional, la más brillante del último medio siglo entre los pianistas españoles, con la sensación de que Daniel del Pino (Beirut, 1972) no es ya sólo uno de sus mejores discípulos, sino un competidor que puede quitarle el sitio en algunas programaciones. Lo dice así de claro, cuando comenta: "Hoy hay muchos conciertos, pero también muchos más intérpretes. Esto es un poco el todos contra todos".
A sus 75 años, el maestro desarrolla una actividad insólita. El pasado 25 de junio, el Auditorio de Madrid se puso en pie para aclamar durante 10 minutos su interpretación de los Preludios, de Chopin; en septiembre, tocará en la Ciudad Prohibida de Pekín y retomará sus conciertos en Estados Unidos. Del Pino, a sus 35 años, lleva casi una década haciendo música de cámara y una carrera de solista que ha desarrollado en Europa, América y Oriente Próximo. Acumula cuatro premios internacionales y seis españoles, un palmarés no despreciable en un país que ha dado mucho cantante pero pocos instrumentistas: apenas una docena de grandes nombres entre Sarasate y Achúcarro.
Las vidas de estos dos pianistas se cruzaron en 1998 en la Universidad Metodista de Dallas, donde Achúcarro imparte clases magistrales. Ambos comparan hoy en Madrid sus respectivos orígenes, que tienen poco en común, salvo porque la vocación musical sigue suscitando todavía temores entre los españoles. Al padre de Achúcarro le decían en Bilbao si su hijo estaba loco por querer dedicarse al piano. A Del Pino, su padre, pianista aficionado, le recomendaba que escogiera otra profesión.
"El caldo de cultivo que había cuando yo empecé era casi nulo. Artistas como Segovia o Casals tuvieron que hacerse a sí mismos. La falta de medios era total. En 1949, en Madrid, había un solo piano de media cola, que la casa Hazen alquilaba para los conciertos. No había más orquestas que la Nacional, las de Bilbao, Barcelona y Valencia, de manera que se podía estudiar violín durante 10 años y tocar en una sala de fiestas. De hecho, lo hacían muchos músicos de esas orquestas para redondear el sueldo", recuerda Achúcarro.
Si hay que comparar, la España de los setenta era ya opulenta, pero Del Pino, hijo de periodista, vivió aquella época en el extranjero. Empezó a estudiar piano en Rabat, "con una profesora que acababa de llegar de París" y, en los ochenta, ya en Madrid, entró en el conservatorio. Para 1995, gracias a las becas, estudiaba en la Universidad de Yale con Peter Frankl. Tres años más tarde, pasó a Dallas y al magisterio de Achúcarro.
La carrera de éste fue incluso más meteórica. En 1950, gracias al apoyo económico de su familia, fue a la Accademia Chigiana, en Siena, de la mano de Gaspar Casadó. Después amplió estudios en Saarbrücken con el legendario Gieseking. Su triunfo en el Concurso Internacional de Liverpool, en 1959, le llevó a debutar en Londres, un año más tarde. El pianista lleva una detallada estadística que hace poco sumaba conciertos en 58 países, con 200 orquestas y 332 directores diferentes.
Achúcarro destaca el fuerte desarrollo técnico que su especialidad ha conocido en estos años. "Hubo un tiempo en el que el Concierto número 3, de Rachmaninoff, lo tocaban sólo su autor y Horowitz. Hoy lo toca mucha gente".
"La interpretación ha avanzado mucho, porque hoy todo es mucho más accesible. La información viaja más que antes y somos más los que tocamos", añade el discípulo. "Tocar un instrumento es, además, un hecho básicamente muscular", concluye el maestro, sugiriendo que, en cuanto a velocidad y precisión, la humanidad bate récords en el piano con la misma lógica que en los 100 metros lisos.
¿Y en el espíritu? Porque es un lugar común que los pianistas de hoy son tan brillantes como superficiales. Daniel del Pino alega que hay tantos pianistas y tan poco tiempo que probablemente el público no se para a profundizar en lo que hacen los jóvenes. Achúcarro se limita a constatar: "Lo que tengo dentro y lo que saco afuera es ahora mucho mejor que antes".
Ambos se quejan de la dictadura del disco, sin cuya complicidad hoy no se hace carrera; de cómo el productor es finalmente quien estructura lo que se oye. "Cuando hago un disco, me siento como una vaca a la que se ordeña", comenta Achúcarro. Pero su leitmotiv es la demografía: "Hay 50 millones de niños chinos que estudian piano y muchos de ellos tocan estudios de Chopin con sólo ocho años. Tienen un oído y una capacidad de asimilación impresionantes".
Vuelve el fantasma de la competitividad, la tensión añadida de una especialidad instrumental que, hoy como ayer, es muy dura, basada en una disciplina férrea practicada en la más estricta soledad y que, no por casualidad, ha dado grandes excéntricos. Achúcarro no lo es, es una persona muy afable y normal, pero acusa la presión en pesadillas nocturnas que parecen un cuento. "Una noche soñé que no podía tocar a Mozart, porque en las notas no había ni oros, ni copas, ni espadas, ni bastos...".
Joaquín Achúcarro
Nació en Bilbao en 1932 y desde 1959 desarrolla una incansable carrera internacional, en los cinco continentes, con todas las grandes orquestas y los mejores directores. Sin embargo, no está seguro de dejar huella. "Claro que recuerdo el día que toqué el segundo de Brahms en los Proms, o el concierto con la Filarmónica de Berlín dirigido por Menuhin, o el de la Filarmónica de Nueva York por Mehta. Pero hablar de mi legado sería una quimera. Hoy hay muchas cosas y todo se olvida muy rápido".
Daniel del Pino
Nacido en Beirut en 1972, debutó a los 17 años en Francia con el Triple Concierto de Beethoven en 1989 y terminó el Conservatorio en Madrid, con Premio de Honor, en 1995. Su repertorio está muy centrado en el romanticismo, sobre todo en Chopin y Listz, y en la música española de Granados y Albéniz. "Mi meta sería tocar con la Filarmónica de Berlín, pero hoy por hoy lo importante es mantenerse activo como pianista, y prefiero seguir tocando con orquestas más modestas, si duro".
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