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Reportaje:MIS PERSONAJES DE FICCIÓN | WENDY

Cierto trauma por llevar el nombre de Wendy

Cuando nací, mi padre, un director de teatro guiñol cubano, estrenaba una versión de Peter Pan en una pequeña sala de provincia. Mi madre deseaba llamarme de otro modo, pero mi padre exigió que me pusiera Wendy. El nombre inglés sonaba un poco raro en medio del calor caribeño. El Guerra no le sienta demasiado bien a la dulce niña que aprendió a volar, a caer, a abandonar sus juegos e intentar crecer entre un tango complejo de traspiés y delirios. Hay que contar además con la perspectiva de encontrar un hogar propio, algo que gobernar: ¿qué otra cosa es la casita del árbol?

Ni sospechosamente bella ni especialmente luminosa, la Wendy del libro espera pedaleando ante la máquina de coser a un bohemio que aparece de madrugada para saciar su hambre de ternura, llorar sobre el hombro de su amiga-novia-madre. ¿Acaso es la mujer perfecta victoriana? Wendy tiene todos sus sentidos afinados en la supervivencia, pues resiste en una isla donde nunca jamás se extinguen los pavores, las alarmas, las fantasías de un ídolo que no tiene para cuando acabar: Peter nos mata de los nervios y a ella con los sustos. Sin un respaldo como ése, nadie puede dedicarse al oficio de protagonista. Ella seguirá a su hombre-niño en su juego insaciable. Hay psiquiatras que llaman a esa confusión de roles síndrome de Wendy.

Wendy se enrola en la guerrilla de niños perdidos y en peripecias múltiples es la única que sale ilesa gracias a su sentido común, el menos común de todos los sentidos de la historia.

Su antítesis es un hada excéntrica que no se cansa de meter la pata, confundir, intrigar, brillar, ser ella misma a toda costa: Campanilla. El sostén de los líderes suele ser más débil y vulnerable que ellos mismos, ¿no se han fijado? Sus hadas caen mientras ellos se llevan toda la gloria. Detrás del líder hay una pequeña referencia que es eje, Pepe Grillo y equilibrio de su épica.

Cuando la malvada y sensual Campanilla casi muere en una pelea con Garfio, Wendy pide los niños que intenten creer en las hadas y acumulando toda esa fe "romántica y barroca" salva de la desaparición dramática a la mujer que más la ha mortificado en su vida. La generosa Wendy ama ciegamente a Pan aunque él prefiera a Campanilla en los mejores momentos de la trama, los de aventura real. Jamás habrá un reproche, ni siquiera al final de la obra cuando él decida no decidir.

Años después Peter regresa a casa de los Darling. Wendy no permite que se acerque a su hija dormida. Basta de seducción en su familia, no más fugas, no más pasado en su presente adulto. Pero las mujeres saben cuánto nos atraen los villanos. Cuando él comprueba que su "madrecita" ha crecido, se siente traicionado. Por algo Chesterton -muy amigo de Barrie- comentó: "El verdadero error del sentimentalismo en este cuento de hadas es el compromiso que se sella finalmente; él quedará libre para siempre, pero se reunirá con su amiga mortal una vez al año. Como la mayoría de los compromisos prácticos, es la menos práctica de todas las posibles vías de acción". A la larga, su decisión es renunciar al amor.

No leí el libro de Sir James Barrie en mi infancia. Tenía bastante con mi nombre, especie de karma. Los amigos de la escuela no se cansaban de hacer chistes; los primeros novios decían con muy escaso gusto ser "mi Peter Pan". Cuando pasen los años, más años quiero decir, podrá verse ridículo llamarse como la niña del cuento, pero de eso ahora no me preocuparé.

Quizás debiera llamarme Campanilla, aunque no sea nombre de ser humano -si es que Wendy lo es. En otra vida será: todo empezará de nuevo y Peter no me dirá "regreso enseguida" para irse a París volando para siempre. Soy yo la que intenta no crecer mientras le espero en la ventana de mi cuarto escribiendo desnuda, acalorada, distante en la misma isla donde él me ha dicho adiós, mirando una ciudad apagada.

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