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HUMORISTAS
Columna
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El mes que fui 'guiri'

Queridos españoles*,

Escribo esta misiva pasando una temporada en su país o, por hablar con más propiedad, en ese territorio al que ustedes pertenecen aunque digan que son ustedes de otro país, a su vez contenido en el anterior, que, de momento, no se reconoce como tal. En fin, lo dejaré en "queridos amigos" y que cada uno aclare sus circunstancias patrias personales, perdonen.

Queridos amigos*,

Hacía muchos años que no venía a España pero hay cosas que no cambian y cuando un extranjero como yo se acerca, con el ánimo de hablar, a un español, éste, independientemente de que le hable en mi mejor español, frunce el ceño, hace gesto de no oír y luego dice espera espera* y, ahora ya sí, te escucha. A su ritmo. Esto significa repetir las cosas varias veces y perder bastante tiempo, como cuando te dejan aparcado en una terraza mientras el camarero habla a gritos de barcos con un amigo y se ríe a carcajadas (como ustedes dicen que hacen los moros*) y tú mueres de sed, pero a mí me hace sentir como en casa. Es entrañable. Bajé del avión y amablemente me fruncieron el ceño: la azafata de tierra cuando le pregunté por las maletas*, el taxista cuando le dije hotel playa*, y el camarero cuando le pedí dos cervezas*. En realidad tuve que decir dos veces ¿las maletas?, cuatro hotel playa y tres dos cervezas, aunque primero me sirvieron una sangría que no quise y desde entonces el camarero me habla en alemán, un idioma que no entiendo en absoluto. Sé que no lo hacen con malicia, fruncen porque han de seleccionar modo guiri* en el móvil de sus cerebros y eso lleva un tiempo, no me parece mal. Me siento bien aquí. Además, el país ha mejorado mucho o, por lo menos, cuesta como los mejores. Me asusté un poco cuando vi las montañas tapizadas de casas, pero me explicaron que son ustedes muchos y que en algún sitio hay que vivir. Todo estaba bien, territorio conocido.

Sin embargo, un día, al llegar a una de sus playas, percibí algo inusual, si bien no supe de qué se trataba en un primer vistazo. Pensé: "La arena es fina, casi blanca; el mar, turquesa, limpio; el viento cálido y envolvente; el cielo, perfecto. No es nada de eso lo que me inquieta, estoy en la típica playa de bandera azul de las que si miras al horizonte no se ven los bloques de apartamentos y me voy a relajar escuchando un libro estupendo que traigo en MP3". Y luego imaginé que los españoles no leerían El Quijote en verano, porque llevarlo a la playa es como para que te escayolen los dos brazos en septiembre, pero eso lo imaginé porque daba por hecho que todos los españoles habían leído El Quijote. De repente, de reojo, casi me asusté, supe qué pasaba: el 95% de las tetas eran operadas. Qué curioso. Sigo estando a gusto, pero quiero contarles anoche soñé que estaba enterrado en la playa con la cabeza fuera, como Bowie en Feliz Navidad, Mr. Lawrence. En vez de arena había miles de tetas desafiando la ley de la gravedad y saltando de una a otra venía mi camarero con el ceño apretado y me obligaba a tomarme la sangría por la pajita mientras me gritaba kartofen, kartofen*. Ya se me ha pasado.

Gracias,

Kurt

P. S. Por cierto, también me he enterado de que no escuchan ustedes libros. Parece que de ustedes se dice que no suelen leer muchos libros, pero lo que sí está claro (permítanme la broma) es que escuchar, desde luego que no escuchan ni uno.

* En español en el original (N. de la T.).

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