Monarquías y parejas estables
Es evidente la perniciosa influencia que la revista El Jueves ejerce en los medios de comunicación cuando se trata de dar noticias relacionadas con nuestra familia real. A mí cada año me aprovecha mucho el bodegón colectivo en el que aparecen todos sus miembros en ejemplar armonía y sonriéndonos amablemente. Cuántos son -expresión admirativa, no les quepa duda, como las que siguen-, cuántos hijos tienen, qué bien se llevan. Ver esa foto me sirve para conjurar la caída de la Monarquía, unida a la inquietante amenaza del advenimiento de una República presidida por Joan Puigcercós en bermudas.
Decía lo del tratamiento por lo de la imagen de doña Letizia luciendo ¡biquini blanco! Nadie que esté algo ducho en baños solares, hazañas náuticas y biología marina -por ejemplo, Ana Obregón- desconoce que, por bella que seas, cual es el caso de nuestra princesa de Asturias, simplemente no te puedes calzar un biquini a juego con tu piel. Dicho sea de paso, yo la palabra biquini la suelo escribir con k y en cursivas, para que sobreviva a los correctores, pero creo que, en materia de altezas, es mejor no utilizar recursos lingüísticos propios de okupas. Muy bien en cambio el bañador rojo de doña Sofía; a cierta edad nos convienen los tonos subidos. Pero en lo del blanquini, los medios de comunicación tendrían que haberse autocensurado. Me extraña que no los secuestren, incluido este periódico, que osó reproducir la instantánea. No hay coherencia en este país.
Al hilo de una información aparecida en Le Monde, en la que se informa de que las personas que tienen pareja estable viven más que, por ejemplo, yo, se me ocurre que el secreto de la perdurabilidad de las monarquías europeas puede radicar en eso, en Felipe de Edimburgo o el pobre Claus de Holanda que en paz descanse: lo que se llama el príncipe consorte; o bien en otro tipo de aportaciones igualmente estabilizadoras. Claro que la estadística de marras se refiere a los franceses, pero a mí me gusta mucho extrapolar, de modo que extrapolo como puedo y cuanto puedo, y ahora mismo me estoy preguntando -extrapoladamente- qué es lo que le ha podido ocurrir a una pareja estable y duradera para que uno de sus miembros, sean o no de la realeza, la diñe y el otro se quede viudo y más longevo aún, si cabe. Ahí es donde las mujeres tenemos nuestra esperanza de vida, en el pico de las viudas, que no hay mal que por bien no venga.
¿Funciona para todas las parejas?, cabe preguntarse. Si Extrapolo a la extra Polonia do mandan los Gemelos Anti-Tubbies, paréceme una estadística aterradora, dado que esos dos especímenes, procedentes de la era de Wlad el Empalador, parece que ya llevan siglos existiendo. Otro ejemplo: ¿Vivieron mucho tiempo porque vivieron juntos el homo habilis y el homo erectus? ¿Por qué se quedó viudo el último? ¿Estaba el otro demasiado tiempo ejerciendo habilidades para que a su pareja se le mantuviera la erección y le dio un infarto de tanto hacer juegos de manos?
El estío no cesa de plantearnos interrogantes atroces. ¿Por qué los curas, siendo célibes y más castos que un biquini blanco, duran tanto? Ni siquiera me lo explico cuando se lo montan como el amigo de Berlusconi, el influyente y mediático Gelmini, acusado ahora mismo de acosos sexuales, la criatura: a sus 82 pimpantes años. ¿O es que un acoso tras otro, cuando se trata de sacerdotes, puede considerarse una relación estable?
>SIN PERDER LOS NERVIOS
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